Rafael Martínez Rosales: 'Para curar el mal de ojo hace falta tener un don que se llama gracia'

Juan Rafael Hinojosa/Alcalá
Este vecino alcalaíno se considera un sanador y atiende en su vivienda a las personas que acuden hasta él para conseguir una curación.

    08 feb 2012 / 11:16 H.

    -¿Cómo comenzó usted a dedicarse a esta actividad?
    —Hace veintisiete años vivía en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y llevé a un hijo a una mujer mayor para que lo curara. Ella me enseñó a hacerlo. Allí no curé a nadie. Empece cuando, al poco tiempo, volví con mi familia a Alcalá la Real.
    —¿De qué manera cura?
    —En mi caso lo haga con oraciones a la Virgen y a Jesús. No impongo las manos ni toco. No es necesario que la persona que está mal venga, ya que basta con que me digan el nombre. También curo por teléfono.
    —¿Qué tipos de problemas se dedica a tratar usted?
    —Principalmente dos: el mal de ojo y un virus. La primera enfermedad es más peligrosa y llega a ser mortal. En general, los síntomas son fiebre, diarreas y otras molestias. 
    —¿Puede sanar cualquiera?
    —No, hay que tener una gracia o don. Yo he enseñado las oraciones a otras personas y ellas no han conseguido curar.
    —¿Cobra por lo que hace?
    —No. Si lo hiciera perdería la gracia. Sí acepto la voluntad, es decir, regalos o dinero que quieren darme. Toda la persona que ponga precio por curar a alguien comete un engaño.
    —¿Se considera un curandero?
    —No. Simplemente, tengo la suerte de sanar a otros.
    —¿De dónde llegan quienes le solicitan ayuda?
    —Vienen de Alcalá y de otros pueblos de los alrededores, incluso de las provincias de Granada y Córdoba. También recibo llamadas de teléfono, incluso desde Francia y Alemania.
    —¿Cuál es el perfil?
    —Hay tanto mayores como jóvenes. Tengo que decir que algunos se presentan con “cuentecillo”, con la idea de “oler”.
    —¿Qué opina usted sobre el fenómeno de la santería?
    —No me he preocupado en pensar en eso. Creo en el santo Custodio y en el Manuel. Recuerdo que de niño fuimos a llevar a uno de ellos a mi hermana, que tenía un aire y no podía levantarse. Antes de entrar por la puerta, ella ya era capaz de andar.