Queda la palabra
Manuel Álvarez Alba/Desde Martos. Antes, la palabra se podía camuflar porque se la llevaba el viento, hoy, gracias a la tecnología de los medios audiovisuales, permanece vigente, se puede recuperar, pone a las personas en un aprieto y hace a los políticos pasar de la euforia a la vergüenza en cuestión de meses —algo parecido le está pasando al actual Gobierno—.
Las palabras son huellas que no podemos rechazar y se hincan como espinas destrozando, a veces, nuestro interés personal y político. Antes las palabras resultaban ser nada, hoy lo son todo, sirven hasta para ganar unas elecciones, pero son traicioneras, tienen un efecto boomerang, se pueden volver contra uno mismo y nos pueden dejar desnudos ante la realidad. Todo lo provocado y aprovechado con la palabra puede, pasado un tiempo, que nos estalle como una bomba y nos destroce para siempre. Hoy la palabra no es agua pasada y gracias a las hemerotecas se puede escuchar como si fuera hoy. Han pasado casi dos años desde aquel mayo de 2010 y todavía se sigue criticando a Zapatero. Pensando un poco, jamás estuvo España como está en la situación actual—la bolsa hundida, la prima de riesgo por encima de los 400, el paro rozando los 6 millones—, ni Europa puso en duda la palabra de Zapatero como ahora sucede con la palabra de Rajoy, el señor de la confianza. “No recortaré en Sanidad ni en Educación”. “La subida del IVA es un sablazo de mal gobernante”. “No me gobernará Europa”. “No me quejaré de la herencia recibida”. “Cada viernes, reformas; y el que viene, también”. Son los ejemplos de las falsas promesas electorales del PP que en poco más de cien días de gobierno ha superado con creces las acusaciones e improvisaciones del anterior presidente. “Llamaremos al pan, pan y al vino, vino”. Así de claro, sin medias tintas y contundente se presentaba Rajoy en su discurso de investidura. Sin embargo, sus cuatro meses en el poder se han llenado de eufemismos, divagaciones, circunloquios, ambages y vacíos silenciosos —la amnistía fiscal es una “regularización de rentas y activos”, la subida del IRPF, un “recargo temporal de solidaridad”, el abaratamiento del despido, una simple “flexibilización de las condiciones de trabajo para que el despido sea el último recurso”—. Este pataleo verbal refleja que los ciudadanos miramos asombrados y con miedo cómo se dice una cosa un día y se hace otra a los pocos días después, sin que el presidente ofrezca una explicación convincente a su pueblo y sí, en cambio, a Alemania y Bruselas. Este incumplimiento electoral conlleva un extraordinario desgaste político en el Ejecutivo que le hace perder los papeles. El problema no era Zapatero, el problema entonces, ¿es Rajoy la persona que necesitaba España para sacarnos del paro y de la crisis? Creo que la mayoría de los votantes del PP están desconcertados, defraudados, desilusionados porque el plan para sacarnos de la crisis no se lo creen ya ni sus mismos votantes.Rajoy no llevaba en su programa ninguna de las medidas tan graves que está aplicando cada viernes, de ahí que ganó las elecciones mintiendo y no cumpliendo con la palabra dada a los españoles, y esto se evidencia con cada medida que toma. La avalancha de medidas de austeridad y recorte impulsadas por el Ejecutivo, con una grave repercusión social para las capas sociales medias y bajas, no ha conseguido aportar algo de calma a los mercados ni a la sociedad española. Solo con la palabra y más recortes un país no mejora, más bien empeora.