¡Qué agobio de sabiduría!
Papá, ¿me dejas las llaves del coche?” “No”. Esto es un claro y sencillo ejemplo de la forma en que empezaba y acababa una conversación con tu padre que, por otra parte, no merecía la pena alargar porque sería como empujar un muro de hormigón, acabarías hecho polvo y no se movería un milímetro. Hemos pasado a todo lo contrario, tu padre te dice que no y le empiezas a razonar hasta que lo convences de que te ampara la Constitución y termina por darte las llaves y además dinero para gasoil.
Si tenía problemas se llevaba al taller y nadie se enteraba de nada, se pagaba la factura y punto, porque el que sabía era el mecánico y el que manejaba el dinero era quien lo ganaba, y a callar. Hoy por hoy se comenta lo más mínimo y la conversación se alarga hasta el día en que Karl Benz patentó el primer auto con motor a gasolina, porque mira que sabemos todos de todo. Parece que tenemos un saco virtual en el que vamos echando lo poco que leemos y lo mucho que escuchamos.
La televisión y demás artilugios que manejamos nos están haciendo aprendices de todo y maestros de nada. Nos creemos médicos, maestros, mecánicos, cocineros y todo lo que haya que ser y defendemos nuestra postura de la misma forma que lo haría quien se ha pasado media vida en la Universidad.
Estamos dispuestos a recibir información a todas horas y para no molestarnos mucho ni ponemos a trabajar nuestro espíritu crítico, ni pasamos a la acción, simplemente abrimos el saco y nos convertimos en pozos de sabiduría con los que vamos agobiando a quien se nos ponga por delante. Cómo envidio las tertulias de mis padres con sus vecinos cuando el calor hacía que se alargaran las sobremesas por la noche. Todos hablaban de lo que hacían, se quejaban poco y siempre estaban dispuestos a ayudarse y a compartir.
Las necesidades de la vida cotidiana y el contar con pocas ayudas los enseñó a hacer. De la misma forma se hicieron fuertes y solidarios. Los sabios de pacotilla nunca tendrán su altura y deberían pasar de la teoría a la práctica. Nunca tanto saber de todo sirvió para tan poco.
Si tenía problemas se llevaba al taller y nadie se enteraba de nada, se pagaba la factura y punto, porque el que sabía era el mecánico y el que manejaba el dinero era quien lo ganaba, y a callar. Hoy por hoy se comenta lo más mínimo y la conversación se alarga hasta el día en que Karl Benz patentó el primer auto con motor a gasolina, porque mira que sabemos todos de todo. Parece que tenemos un saco virtual en el que vamos echando lo poco que leemos y lo mucho que escuchamos.
La televisión y demás artilugios que manejamos nos están haciendo aprendices de todo y maestros de nada. Nos creemos médicos, maestros, mecánicos, cocineros y todo lo que haya que ser y defendemos nuestra postura de la misma forma que lo haría quien se ha pasado media vida en la Universidad.
Estamos dispuestos a recibir información a todas horas y para no molestarnos mucho ni ponemos a trabajar nuestro espíritu crítico, ni pasamos a la acción, simplemente abrimos el saco y nos convertimos en pozos de sabiduría con los que vamos agobiando a quien se nos ponga por delante. Cómo envidio las tertulias de mis padres con sus vecinos cuando el calor hacía que se alargaran las sobremesas por la noche. Todos hablaban de lo que hacían, se quejaban poco y siempre estaban dispuestos a ayudarse y a compartir.
Las necesidades de la vida cotidiana y el contar con pocas ayudas los enseñó a hacer. De la misma forma se hicieron fuertes y solidarios. Los sabios de pacotilla nunca tendrán su altura y deberían pasar de la teoría a la práctica. Nunca tanto saber de todo sirvió para tan poco.