Publicidad omnipresente

Desde Cazorla david Manuel Antón Carvalho. Hay tal contaminación visual, sonora, ideológica, informativa o cultural, que afecta a nuestro cerebro más de lo que creemos.

    12 dic 2013 / 15:36 H.

    Por un lado, el ojo se satura de tanta información que ya no puede procesar, llegando a no ver de tanto ver. Esto produce trastornos de atención, agresividad, cefaleas o alteraciones nerviosas, sin hablar de accidentes por distracción, ya sea conduciendo o trabajando. Por otro lado, también nos invaden sonoramente; no podemos cerrar los oídos como hacemos con los ojos, y sus efectos no tardan en aparecer: pérdida de capacidad auditiva, molestias, trauma acústico o trastornos físicos.
    Con todo esto, hasta la ciudad más pequeña está repleta de propaganda, en vías públicas, caminos, edificios, obras, suelos o árboles. Proliferan en tamaño y forma en cualquier lugar, enormes, pequeños, luminosos, elitistas, sensuales, etcétera. La publicidad es omnipresente y omnipotente. Además de pretender que veamos y escuchemos, busca que imitemos, nos uniformemos e identifiquemos con un patrón cultural de valores cuestionables: señal de que consumimos. Solo hay una forma de sociabilidad en el mundo, ni la política ni la religión pueden competir con ella. El consumismo es la ideología social, el arma es la publicidad y su destino el totalitarismo. Cierta libertad para elegir lo que queremos comprar, pero no si queremos comprar: tal es el agobio extremo de la publicidad. Como dijo Emir Sader, doctor en Ciencias Políticas: “Este mundo unipolar, de supremacía política, militar y económica del imperio norteamericano, el elemento hegemónico más fuerte es el ideológico: El llamado modo vida americano”. No se conforman con que compremos sus productos, además, hay que amarlos. Una pareja hoy en día, ¿cuánto puede durar su relación? ¿X años? La relación con Coca- Cola, por ejemplo, es de por vida. En conclusión, tenemos derecho a no ser contaminados, a tener un ambiente libre de polución mental y sensorial, a un mínimo de salubridad ideológica; definitivamente, a no tener un bombardeo incesante de publicidad.