Prudencia cretina

Había un anuncio en televisión en el que después de una cena de amigos, los anfitriones proyectaban un vídeo sobre el viaje que acababan de realizar. Las caras de los invitados protestaban en silencio, ninguno se levantaba para irse, como seguramente estaban pensando. Soportaban la cantidad de cosas que cada cual cuenta cuando regresa de un viaje, acompañando de risotadas anécdotas que no tienen ninguna gracia.

    14 oct 2011 / 10:13 H.

    Es una experiencia general, repetida a veces en la misma casa. En el salón en el que proyectan su vídeo figuran testimonios de otros viajes: el cenicero de un museo londinense, las matriuskas rusas, un ajedrez florentino de piezas inútiles para el juego, cerámicas alemanas de inexacta localización, varias versiones de gallos portugueses y los vasos de cristal de bohemia adquiridos en Praga.
    Desde que se emitía el anuncio han pasado muchas cosas, tantas que en el autobús urbano puede escucharse la protesta de un individuo porque los cuatrocientos euros que recibe como parado de larga duración se los gasta en teléfonos: los del matrimonio y los dos hijos de catorce y dieciséis años de edad. Puede que el Gobierno, este y el que venga, no administre a la perfección el dinero público, pero el viajero elude cualquier crítica o responsabilidad sobre la administración de su casa, que es donde radica una parte importante de la crisis económica. Los derechos los conoce más o menos al dedillo, pero de las obligaciones no dice nada. Un vecino acaba de regresar de un crucero y, aunque nuestra relación solo es vecinal, me envía por correo electrónico las fotografías de sus vacaciones. Uno comparte con Rousseau que viajar es uno de los mejores medios para cultivar la personalidad, pero también que la pérdida de tiempo es una cuestión personal, cada cual elige sus motivos y el propio no consiste en ver esas fotografías. No me interesa verlas, pero el vecino es como los niños cuando están aprendiendo la tabla de multiplicar, te la cantan en la mejor secuencia de la película que estás viendo en televisión. El vecino constante insiste en que le des tu opinión sobre las fotografías de su crucero y al cuarto email decides quitártelo de encima explicándole que la fotografía iba a morir con el video y los teléfonos móviles e Internet la han revitalizado. Gracias a los medios tecnológicos la afición a la fotografía está en alza, aunque la integración de cámaras en los teléfonos móviles acarreará la caída de las autónomas. De las fotografías del crucero no le digo nada, intuyo que si es buen entendedor comprenderá la omisión, pero es otro silencio el que sigue pinchándome en la conciencia. Tampoco digo nada sobre los diez meses que debe a la comunidad de vecinos con la excusa de la crisis económica y, como toda prudencia con caraduras, resulta una actitud cretina.   
    J. J. Fernandez Trevijano es periodista