Por una cadera
Tomás Pérez Vallejo/Desde Ibros. Parece el título de un tango, y como suele ser este estilo musical, tiene mucho de patético lo ocurrido. Gracias a una cadera nos hemos enterado de que el primero de los españoles andaba de cacería, ¡con la que está cayendo! A los ciudadanos les ha sentado muy mal que mientras hacen encajes de bolillos para llegar a fin de mes, el Rey se dedica a disparar a paquidermos desahuciados.
Cuando vio la luz la noticia, se lió un tumulto que lo de la Bastilla se quedaba chico en comparación; y cuatro días después, todo el mundo se deshace en alabanzas al monarca por sus disculpas de niño travieso, por un “no volverá a ocurrir”. Esto desgraciadamente en España, un público de plató televisivo, en el que lo mismo se aplaude una cosa que la contraria en el típico bodrio vocinglero de programa rosa. Este gesto era de forzoso cumplimiento, ya que la ancestral obligación de la monarquía es que su estirpe continúe reinando, por ello, desde mi punto de vista, no hay que magnificarlo, al igual que no hay que echarse las manos a la cabeza porque este señor se vaya de cacería. Los Borbones están genéticamente inclinados a los deportes, la caza, la juerga y las corridas. Objetivamente, el Rey es un señor millonario, con su dinero y en su vida privada puede hacer lo que le venga en gana. A mi me preocupan más otras actuaciones que, contrariamente los españoles solemos celebrar mucho por la ya manida campechanía del monarca, como aquel tabernario “porqué no te callas”, que sinceramente dice muy poco de la correción que anhelo en aquel que representa a mi nación, pues se puso al mismo nivel que Chávez, en este caso, y dicho por mi es muy elogioso, el que quedó como un señor fue Zapatero. Al Rey, los españoles podemos pedir explicaciones y él debería pedirnos perdón por sus amistades peligrosas, como la de los Albertos, por el barco que le regalaron los empresarios baleares pagando a pachas 100 millones de pesetas por barba; por tratar como familia al sátrapa marroquí que invadió una provincia española como el Sáhara y cuyo hijo también apetece de las Canarias, Ceuta y Melilla; y así un largo etcétera. Desde luego en estos momentos, ¡con la que está cayendo!, la representación de nuestra nación debería estar en manos de alguien con una imagen más sería y vital. El que suscribe esta carta es republicano hasta la médula, porque no concibo que alguien sea superior por apellidarse en este caso Borbón, y que por ello adquiera unos derechos que los demás no tenemos, al igual que unas obligaciones que quizá no le apetezcan, limitando con ello su libertad. Pero hoy por hoy, la única institución que da estabilidad y unidad a esta centrífuga España es desgraciadamente la monarquía, pero una Monarquía sería, que a día de hoy podría bien representar, ya echados los espolones y dejada atrás su etapa persiguiendo faldas por las pasarelas, Felipe de Borbón. Por el bien de la nación, Juan Carlos, abdique.