Por el útlimo robagallinas
En esta España del postureo, de la fachada, de las falsas apariencias florecen “pequeños Nicolás” en cualquier ámbito, porque es más fácil aparentar éxito que trabajárselo. Se hacen carreras meteóricas con currículums de barro, por una amistad escolar, por ejemplo, te puede caer la presidencia de un banco y con ella una tarjeta para soñar con la eterna juventud. El linarense Miguel Blesa de la Parra lo entendió y vivió como lo que era, un elegido. Ahora caído del segundo apellido está aturdido porque, realmente, no entiende nada. Nosotros tampoco.
Los balbuceos suyos y del otrora ejemplar Rato son elocuentes. No saben qué responder porque se creían libres de inspección gracias a su estatus y ahora, sin embargo, son una Pantoja más. Muy chusco todo, aunque los trajes sean caros. Como la devaluada estirpe Pujol no nacieron para dar explicaciones y sí como modelo de triunfadores. Ahora sus miserias son millonarias. Su fortuna no acaba aquí, porque tienen el viento de cara, la ley está de su lado. Como bien dijo el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, con una llaneza que toca la moral la Ley de Enjuiciamiento Criminal está “pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador”.
O sea, tantos años después, la frase del Lute mantiene su vigencia: “En España no es delito robar, es delito robar poco”. Y como la realidad siempre es un soberbio guion, nos ofrece la condena a Miguel Mérida. Este hombre se echó al monte en 1994 y durante catorce años estuvo perdido por la Sierra Sur, cobijado en el pilar de una presa y subsistiendo gracias a pequeños hurtos de comida, ropa y otros enseres. Aunque se le iba a dar por muerto, este bandolero fue, finalmente, detenido en un cortijo. Se acabaron así las fechorías de “El Perdío” que de vuelta a una civilización en la que no encajaba, contra todo pronóstico, encontró su sitio. Sin embargo, esta justicia para pobres le tiene reservados cuatros años y medio en la trena.
En estos tiempos confusos, te atracan en despachos, con puños impolutos y una sonrisa blanca. Antes todo era más sensato, los bandoleros te robaban en Sierra Morena. La confusión actual de papeles es un autentico “sindiós”. Quizá deberíamos todos echarnos al monte y dejar a la élite sacarse los ojos.