Por amor al silbato

A los once años decidió cambiar la portería por el silbato. Su carrera como futbolista fue efímera, casi inexistente, como la de la mayoría colegiados. Pedro Jesús Pérez Montero no se arrepiente de ello, aún sabiendo que su vida deportiva no sería, precisamente, un camino de rosas, de aplausos o de halagos, sino un campo de minas a punto de explotar por un penalti no señalado o una errónea interpretación del reglamento. Hay sufrimientos que, en el fondo, son pasiones, y por esa razón el árbitro comparece el domingo tras una semana en la que, como cualquier mortal, tiene que madrugar, ir a trabajar y atender a la familia. Pero algunos heroísmos no necesitan héroes, sino personas dispuestas arriesgar un fin de semana a cambio de nada. Pérez Montero, colegiado linarense de Primera División, mira hacia atrás sin lamentos, ni nostalgias, aunque admite que para llegar a la élite hay que sacrificar muchas cosas. “Por ejemplo, estar con los amigos, salir un sábado o planificar un domingo para comer con la familia”, explica.

05 nov 2015 / 10:56 H.


Pérez Montero se tomó muy en serio lo de pitar desde que lo hacía en las ligas provinciales. Se sentía la persona más feliz del mundo cuando acertaba en una pena máxima que nadie había visto en una tarde de tormenta y con barro hasta los ojos en campos de Preferente, categoría inhóspita donde las haya, epílogo de numerosas carreras futbolísticas. El árbitro linarense se perdió más de una fiesta de cumpleaños por hacer realidad su sueño. “Es bastante duro, pero no te puedes desviar del objetivo. En este sentido, siempre he sido una persona con un sentido de la responsabilidad bastante desarrollado”, admite. Esa disciplina permitió a Pérez Montero escalar peldaños en el escalafón hasta alcanzar la cima en el mundo arbitral.
De aquellos cursos en los submundos del balompié, guarda buenos recuerdos y, sobre todo, añora el anonimato. Ahora Pérez Montero está expuesto a la “inquisición” de millones de personas. El último partido que árbitro en el Nou Camp fue seguido en cincuenta países. “A veces, piensas que no compensa. Yo estoy preparado para recibir una crítica o un titular doloroso. Quien paga las consecuencias es la familia, el entorno, y ellos no tienen culpa de nada, ni están preparados para eso”, subraya el colegiado, cuya relación con sus asistentes es la de tres amigos que comparten alegrías y tristezas.
Los tiempos de árbitros con físicos felices y estómagos rellenos han terminado. De la figura oronda de Ramos Marcos se ha pasado a la un atleta con perfil de fondista. Su trabajo técnico y físico ha seguido la lógica evolutiva. Cuando el césped se puebla de velocistas, los colegiados tienen que trabajar allí donde hay margen de mejora para seguir la jugada pegado a los jugadores. Pérez Montero se entrena todos los días una media de dos horas. Cuenta con un entrenador de la Federación Española de Fútbol y con la ayuda del preparador físico del Linares, Víctor Cuadrado, quienes evalúan cada paso o carrera que da. Además, en su muñeca lleva el “chivato”, un reloj con GPS, que realiza un seguimiento pormenorizado de sus entrenamientos, desde la hora hasta el lugar en el que los realiza. “La condición física en el fútbol actual es determinante. Los jugadores son cada vez más fuertes y atléticos y el árbitro debe estar a su altura. Esto te exige una preparación física específica”, comenta el colegiado.
Pérez Montero no habla de futuro, sino de “partido a partido”. “No sé cuándo lo dejaré, ni me planteo mi vida más allá del próximo encuentro”, destaca el único colegiado de la Liga Adelante con una peña con su nombre. “Me hizo una ilusión tremenda, pero lo más me llena de orgullo es que no paran de hacer cosas, además de un montón de iniciativas solidarias. La verdad es que les estoy muy agradecido”, dice con emoción. Los únicos colores que levantan pasión en Pérez Montero son los azulillos, los lleva en los genes. “No va a ser una temporada fácil, pero estoy seguro de que el Linares conseguirá la permanencia en Segunda División B”, concluye.