Políticos Vintage y políticos Light
Cumplen un año estas cavilaciones semanales y lo hacen en la algarabía mitinera. Y el flanêur, calado el sombrero, pertrechado de lápiz y papel, se adentra en la jungla, la charanga y el galimatías de la masa agitada en los mentideros de la opinión pública que solo escucha la opinión publicada. “¡Y es que la ciencia avanza una barbaridad!”, que decía el maestro Bretón. Lejos quedan las fotos en sepia de Sartre en Saint Germain Des Press en el Mayo del ‘68 francés, el invicto Fidel en Sierra Madrona hace casi 60 años, el dedo de Lenin llegando a Petrogrado y la boina del Che Guevara. Vintage todas de viejas campañas electorales.
A nadie le interesan las poses de Gil-Robles comiéndose el micrófono o a un elegante Primo de Rivera seduciendo a las damas de derechas de Madrid con su voz radiofónica, ni las acometidas bravas de Durruti llamando a la anarquía o las elegantes y facciosas frases de Serrano Súñer, el Cuñadísimo en la Estación Norte de Madrid despidiendo a la División Azul. La voz mitinera ya no sirve para nada. Las elecciones han encontrado un nuevo lenguaje.
Priman ahora rostros más que palabras, cuerpos aderezados para la imagen, gestos bien estudiados, ciento cuarenta caracteres de Twitter, el color de la camisa, de la corbata, el grosor de los labios, la palabra oportuna y el talle ajustado. Una imagen vale más que cien palabras. El mayor porcentaje económico de las campañas electorales se lo llevan los asesores de marketing que dicen cuándo sonreír y cuándo hablar. Un like de Facebook y el número de retwit son el aval para situarse en la carrera a la Moncloa. Redes sociales y sus múltiples derivaciones puestas al servicio del descarte, porque a la campaña le ha precedido una precampaña que ha dejado en la carrera a la Moncloa a dos partidos, unos fetén e históricos (PP y PSOE) y otros light (Ciudadanos y Podemos), quedando, al fin y al cabo, dos: la vieja derecha renovada y maquillada y la vieja izquierda también con su cosmética. Los demás quedaron descartados por el marketing mediático como le pasó a Romanones y a los viejos monárquicos que no supieron, en los inicios de los años 30 del siglo pasado, usar el poder de la radio.
El PP de Rajoy y el PSOE de Sánchez tienen en el mercado sus productos sucedáneos, propios de esta sociedad del fast, sociedad líquida y epidérmica. Los más viejos votarán PP o PSOE, pero los jóvenes del fast-food, fast-fashion, fast-sex, necesitan un fast-líder político y lo encontraron en la coleta de Iglesias y en la sonrisa de Rivera, modismos al fin y al cabo.
El recetario para los problemas “de esta España mía, de esta España nuestra” tiene una gama de botiquín de urgencia, con medidas curativas a corto plazo. Urge una segunda transición y hace falta renovar las posturas y buscar quien sustituya la sonrisa de Felipe González, pana incluida, y la elegancia de Suárez, que cambió la camisa azul por el traje de El Corte Inglés. Urge el desalojo, urge el relevo, pero al final, como decía mi director ayer, “hace falta que todo cambie para que todo siga igual”, aunque todo más light. Una segunda Transición con los mismos problemas, con los mismos desafíos, con distintas caras y con los flecos aún colgando que dejó la Transición de los años 80.
A nadie le interesan las poses de Gil-Robles comiéndose el micrófono o a un elegante Primo de Rivera seduciendo a las damas de derechas de Madrid con su voz radiofónica, ni las acometidas bravas de Durruti llamando a la anarquía o las elegantes y facciosas frases de Serrano Súñer, el Cuñadísimo en la Estación Norte de Madrid despidiendo a la División Azul. La voz mitinera ya no sirve para nada. Las elecciones han encontrado un nuevo lenguaje.
Priman ahora rostros más que palabras, cuerpos aderezados para la imagen, gestos bien estudiados, ciento cuarenta caracteres de Twitter, el color de la camisa, de la corbata, el grosor de los labios, la palabra oportuna y el talle ajustado. Una imagen vale más que cien palabras. El mayor porcentaje económico de las campañas electorales se lo llevan los asesores de marketing que dicen cuándo sonreír y cuándo hablar. Un like de Facebook y el número de retwit son el aval para situarse en la carrera a la Moncloa. Redes sociales y sus múltiples derivaciones puestas al servicio del descarte, porque a la campaña le ha precedido una precampaña que ha dejado en la carrera a la Moncloa a dos partidos, unos fetén e históricos (PP y PSOE) y otros light (Ciudadanos y Podemos), quedando, al fin y al cabo, dos: la vieja derecha renovada y maquillada y la vieja izquierda también con su cosmética. Los demás quedaron descartados por el marketing mediático como le pasó a Romanones y a los viejos monárquicos que no supieron, en los inicios de los años 30 del siglo pasado, usar el poder de la radio.
El PP de Rajoy y el PSOE de Sánchez tienen en el mercado sus productos sucedáneos, propios de esta sociedad del fast, sociedad líquida y epidérmica. Los más viejos votarán PP o PSOE, pero los jóvenes del fast-food, fast-fashion, fast-sex, necesitan un fast-líder político y lo encontraron en la coleta de Iglesias y en la sonrisa de Rivera, modismos al fin y al cabo.
El recetario para los problemas “de esta España mía, de esta España nuestra” tiene una gama de botiquín de urgencia, con medidas curativas a corto plazo. Urge una segunda transición y hace falta renovar las posturas y buscar quien sustituya la sonrisa de Felipe González, pana incluida, y la elegancia de Suárez, que cambió la camisa azul por el traje de El Corte Inglés. Urge el desalojo, urge el relevo, pero al final, como decía mi director ayer, “hace falta que todo cambie para que todo siga igual”, aunque todo más light. Una segunda Transición con los mismos problemas, con los mismos desafíos, con distintas caras y con los flecos aún colgando que dejó la Transición de los años 80.