24 jun 2014 / 22:00 H.
Si nos parásemos a pensar, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Quién es el autor de la agenda de acontecimientos desatada tres semanas atrás con la abdicación? Algún día sabremos cuánto intervino Rajoy, cómo influyeron las elecciones europeas, las “hazañas” de Urdangarin, o los temblores en el seno del PSOE. Quizá ni el recién llegado al trono conozca aún del todo los hilos movidos en los últimos meses para que Juan Carlos I virase 180 grados en su opinión de mantenerse. En contra de las apariencias, no ha sido un camino de rosas el transitado por el joven Felipe. Presionado para encontrar una novia de sangre azul, fracasaron (ante el rechazo de la reina Sofía) sus intentos de esposarse con Eva Shannum o Isabel Sartorius. Avanzada ya la treintena, impuso su elección sentimental, la de una periodista asturiana y de izquierdas. Puede que el lector sonría ante este planteamiento. Y en efecto, ya quisieran millones de españoles para sí ese nivel de “sufrimiento”. En mi opinión Felipe ha transmitido, en la distancia, la imagen de un hombre algo soso, probablemente infeliz, salvo, quizá, en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona, o en la presentación pública de su noviazgo con Leticia. De cara al futuro, no hallo razones para el optimismo. El vacuo e insulso discurso ante las Cortes refleja el escasísimo margen de maniobra frente al gobierno de turno. La “tortuga” Rajoy no le permitió siquiera un análisis sincero y valiente de la realidad española. Y Felipe VI desperdició la primera ocasión para sorprender y conectar con el pueblo, especialmente con quienes no eran mayores cuando la transición. Ojalá me equivoque, pero le aguarda un campo plagado de minas potentísimas: El avispero territorial (Cataluña, Euskadi), la obsolescencia del bipartidismo, un nivel de paro insoportable, el procesamiento de la infanta Cristina, etcétera, justifican mi pesimismo. ¡Menos mal que de cara al futuro Felipe estará protegido si, como apuntó el New York Times en julio de 2013, la fortuna de Juan Carlos I ascendía a 1. 800 millones de euros!