Pitos y sonrisa

A vueltas con lo sucedido en el último partido de Copa del Rey, me pregunto cómo se sentirán tantas peñas del Barcelona, tantas como hay por toda España, ante un espectáculo tan bochornoso. Incluso para alguien que considera trasnochados los rancios nacionalismos de cualquier signo, resultaba ofensivo. No tanto por los pitos al himno español, ya se sabe que la masa siempre desborda la racionalidad individual, como por una sonrisa mal disimulada que resultaba grotesca en un palco cariacontecido que soportaba dignamente la afrenta.
Era la sonrisa de una persona que no supo estar a la altura de la dignidad del cargo que ostenta, de un títere movido por su propio deseo de pasar a la historia. En calidad de qué, está por ver. La pitada no era novedad, pero que se vayan anunciando sanciones previas que luego quedan en agua de borrajas, llevándose, eso sí, un girón de autoridad, solo sirve de reclamo para gente que, en diferentes grados de convencimiento y al margen del fútbol, quiere manifestar su descontento ante la respuesta que está recibiendo por parte del gobierno español a sus deseos de decidir el tipo de relación que quieren con el resto de pueblos de España. Y eso también hay que entenderlo.
Se trata de un problema político que al principio era de minorías movidas por algún alumbrado, pero que se ha ido complicando en miopía o miedos disfrazados de legalismo, por un lado, y en frustración y rebeldía por otro. Pecando de reduccionismo por la complejidad del problema, y sin profundizar mucho en la historia, la situación actual de creciente resentimiento hay que achacarla a la propia ceguera de los sucesivos gobiernos desde los tiempos de Felipe González, que han venido parapetándose en la legislación para postergar un problema de difícil salida, hay que reconocerlo, pero que se va agudizando conforme se retrasa la solución.
Una vez más en la historia, el gobierno británico nos ha dado ejemplo de visión y valentía ante un problema similar. Esperemos que en nuestro caso, cuando despejemos la miopía, o el miedo nos deje reaccionar, no sea demasiado tarde, porque el radicalismo haya superado a la sensatez.

    12 jun 2015 / 15:03 H.