Pintura en estado vivo bajo una mirada caleidoscópica
Diana Sánchez /Jaén
Al natural como trabajaron artistas como Leonardo da Vinci o Veermer, así crean los alumnos del taller de pintura que organiza la Universidad Popular. Con modelos de carne y hueso que dejan al descubierto sus cuerpos para que los pintores plasmen sobre papel sus formas, ángulos o líneas.

Al natural como trabajaron artistas como Leonardo da Vinci o Veermer, así crean los alumnos del taller de pintura que organiza la Universidad Popular. Con modelos de carne y hueso que dejan al descubierto sus cuerpos para que los pintores plasmen sobre papel sus formas, ángulos o líneas.
Adentrarse en el aula de pintura de la Sede Sabetay no solo invita a respirar los productos químicos de pinturas, óleos o aguarrás. Allí, en este espacio ocupado por el grupo que dirige la profesora Teresa Ortega, se puede sentir complicidad, intimidad, cariño, amistad. Una clase de aprendices y no tan novatos en el noble arte de la pintura que, una vez a la semana, se reúne durante tres horas para estudiar el cuerpo humano desde un punto de vista anatómico e interpretarlo. Comienzan a las nueve y media y tras decidir la postura del modelo, sus manos danzan suavemente por los papeles de sus cuadernos o sobre sus caballetes. Unos no apartan la vista de la figura y dejan que los carboncillos, los pinceles o los lápices conformen, en primer lugar el todo. “La parte inicial es trazar los ángulos, en el encaje”, explica Ortega, al tiempo que los alumnos captan las proporciones con su lápiz delante de un ojo mientras guiñan el otro. Una técnica que los acerca a lo general para, después, ir puliendo los detalles. “El segundo paso son las formas y luego se pasa a las manchas en función del claroscuro o la luz”, dice la profesora. Con el color, son los autores quienes se desnudan para dejar expuesta su personalidad, su sensibilidad y, en definitiva, su manera de observar.
Rebosante de energía, Delmi Mora, destaca que, después de cuatro años en este taller, lo que más cuidado requiere es la proporción. “Antes estuve en Artes y Oficios, y trabajé la escayola, pero pintar al natural es diferente, además estamos encantados con Teresa”, apunta la alumna. Más tranquilo y sosegado, pero con un virtuosismo magistral, Blas Cabrera “fotografía” con su lápiz los músculos de Daniel, el modelo con el que finalizarán la última sesión de esta temporada. Porque, estas clases, tan escasas en las escuelas de arte, son, en la actualidad, un lujo y aquellos que las reciben las valoran como un preciado tesoro. “Esto es como una familia. Aquí ponemos en común nuestras aficiones artísticas y, además, nos enriquecemos con nuestras vivencias personales. ¡Pero también sufrimos! Porque no todo sale a la primera”, dice Alfonso Rodríguez.
Así, entre pincelada y trazado, los modelos se petrifican durante tres horas, con descansos de cinco cada veinte minutos . “Al principio era muy tímido, semidesnudo ante la mirada de los alumnos”, dice Daniel, quien se ha integrado en el grupo perfectamente. La otra maniquí, trabajadora en el sector de la sanidad, afirma que se trata de un colectivo muy respetuoso y profesional. “No dejo de aprender como modelo y llevo tres años. Luego, cuando me observo en los dibujos me veo de otra manera”, confiesa.
Porque una cosa es captar las arrugas, los músculos o las curvas y otra, atrapar la esencia natural de la persona en un dibujo.