Perseguidos y atormentados
Jesucristo muere cada día por los millones de corazones duros e impenetrables que pueblan la tierra. Jesucristo: “Está muerto, en un mundo cruel y terrorífico que le ha dado total y absolutamente la espalda, que le ha plantado cara, que se ha enfrentado y se enfrenta cada día a Él. Para redimirnos de las tremendas atrocidades de este mundo nuestro, Jesús tuvo que sufrir con absoluta crueldad. De ahí que la pasión y muerte del Señor en la cruz fuera tan especialmente espeluznante. A eso hay que unir el especialísimo dolor de la Madre, un dolor hondo, consentido, aceptado; pues Ella sabía la magnitud del rescate que había que realizar.
También unimos al dolor del Señor: El dolor de los Santos de aquella época, coetáneos que sufrieron y murieron junto a Jesús y con Jesús. Y después esa legión de seres humanos que a lo largo de los siglos han vivido cara a Dios y cara a los hombres en un constante holocausto de dolor, pero también de amor. Después de morir Jesucristo, Él estuvo tres días muerto para empapar la tierra con su sangre, para que la semilla de su inmenso dolor diera el fruto deseado. Hoy tenemos también un lento y cruel holocausto. El holocausto: De miles de personas que mueren: atormentados, crucificados, degollados y decapitados. Y de otros miles que sufren: enfermedades, hambre, aislamiento y desamparo. Y todo por dar testimonio de su fe en un mundo acorralado por la maldad manifiesta de otros; otros que, en apariencia al menos, son seres humanos. Ejemplos, de algunos de estos lugares terribles, son: Siria, Kenia, Iraq, Turquía, Irán, Líbano… En estos países mueren los cristianos, y un ingente número de personas, por la barbarie inhumana de multitud de sanguinarios sin piedad. Señor Jesús: Haz que se acabe, en toda la tierra, este tiempo de prueba. Y haz que comience un periodo de: bonanza y de paz. Haz también que este mundo sanguinario se convierta en un vergel, en donde podamos proclamar abiertamente Tus grandezas.
Rafael Gutiérrez Amaro