02 jul 2014 / 22:00 H.
Es hora de tomarse un sosiego, una pausa tranquila y regeneradora aunque la pongamos entre paréntesis. No es bueno para la higiene mental ni para la maquinaria corporal, tanto desencanto que estamos viviendo, tanto miasma que estamos respirando, tantos despropósitos contra la razón y la ética a los que hemos asistido, y que nos van oscureciendo la mirada y las palpitaciones. Es difícil, lo sé, pero nos lo merecemos por el solo hecho de existir y porque los vencidos siempre seremos los mismos y sobre nosotros mismos. Aquellos que no están sufriendo carencias, que no están siendo recortados, que nos ignoran o desprecian porque nos saben sometidos a sus trucos de trileros, a sus informaciones de alcahuetas, aquellos digo, seguirán en sus sólidas poltronas de mentiras, regenerándose con su propia y envilecida sangre. No les demos el gusto gratuito de ver pasar nuestros cadáveres. Como comprenderán, no pretendo ser un terapeuta emocional, y mucho menos ninguna clase de consejero, son unas simples confidencias y pensamientos que expongo desde la intimidad de mis retretes. Así como comprendo, que es muy complicado y arriesgado hablar de relajación, de la bondad y placer de las artes, o de la idílica contemplación de los paisajes, cuando se tiene el estómago vacío o los sueños roídos por las inquietudes. No obstante, para sentirnos algo aliviados o incluso afortunados de haber nacido o estar viviendo en Jaén, podemos “tirarnos” a nuestras sierras como nobles bandoleros y robarnos con delicadeza la naturaleza que aún tenemos gratis. No todo va a ser playa o viajes estrambóticos. La provincia es un pequeño Edén y en la capital nos rodean parques cercanos y asequibles a muchas familias (espero no equivocarme) que puedan fabricarse un tortilla de papas. Yo fui niño de chilanco y adolescente de piscina municipal, y creo que fueron una de mis mejores estaciones vitales. Que no nos venzan con sus mundos aparentes, y si hace falta, nosotros le vamos a poner una alfombra roja a nuestras verdades.