Pensar para saber vivir
Ángel Plaza Chillón desde La Iruela. Nuevas colecciones de libros, espacios de debate y programas de radio y de televisión surgen con el propósito de llamar el pensamiento a una amplia comunidad de lectores, oyentes y espectadores que buscan 'herramientas para entender lo que pasa'. Y lo demuestran en La 2 —o en la radio—Manuel Cruz, en 'La Ventana' (Cadena Ser); Javier Sábada en 'No es un día cualquiera'
(RNE) – Y hay más: varias editoriales se lanzan a encontrar lectores fuera del ámbito académico. Así está la colección Great Ideas (Taurus), con textos de Kant, San Agustín o Trotski, que intenta divulgar “las ideas que concebimos con el rumbo de nuestra historia”. Además, Sexto Piso acaba de publicar una biografía del propio Nietzsche en cómic con guión del pensador Frances Michel Ofray. Autores y editores coinciden en afirmar que la gente busca en la filosofía lo que pasa. Durante los últimos siglos, la filosofía ha cumplido una función fomentando “un número de autoediciones”, una cultura de la liberación que culmina en los sesenta y setenta. Pero hoy, lo que acucia a los ciudadanos es diferente: “El problema no es ser yo mismo sino cómo vivir juntos”. Como ser libres juntos. Y para esto, la filosofía tradicional, cree, no da respuestas claras. De ahí que el público busque otras vías. Hay una demanda social que la academia no satisface, porque, la universidad es fuente de conocimiento, pero no de sabiduría. No resuelve problemas éticos. Además, la filosofía académica se presenta, con frecuencia, como una jerga oscura y, a veces, banal. Hay una palabra que citan todos los autores y editores: claridad. Por ejemplo: José Ortega y Gasset: “La claridad es la cortesía del filósofo”. Fernando Savater es autor de varios títulos con gran acogida de público. El que más —a mi juicio— “Ética para Amador”, cumple ahora 21 años. La libertad en el tratamiento es también clave en las nuevas colecciones. Los Pequeños Platones, dirigida a niños de entre 9 y 13 años, abandona el ensayo, tradicional en el pensamiento, para optar por la ficción. Hay que buscar caminos para transmitir las ideas de los niños y esta colección se inclina por dos elementos: la asociación de las ideas con la vida del personaje y el recurso de la imagen. Claridad y atención al mundo real. Esos son las dos principales características de la nueva oleada filosófica, fuera de los muros de la Universidad. Pero también cabe la posibilidad de profundizar. Frente a ello, se propone un discurso que sirva para cualquier hombre, que satisfaga la “demanda de sentido”. Con todo, esa atención al mundo real no debería de llevar a perder de vista que hay “una diferencia importante entre “el tiempo periodístico” atento a veces a lo efímero y “el tiempo filosófico” que tiene una especie de “consistencia ideológica y cuya palabra puede fecundar a los hombres cultos de su tiempo. La acusación de oscuridad hacia los filósofos no es una novedad. Ya Heráldico fue apodado el oscuro. Y, por supuesto, Hegel. Este último fue calificado así por los filósofos de la escuela de Frankfurt. Entre ellos, Theodor Adorno, quien no pasará a la historia por su claridad expositiva. Los textos de Platón, en cambio, son diáfanos y Eugenio Trías ha destacado la coincidencia entre algunas fórmulas narrativas de este autor y de la tradición griega. No son tan claros los escritos de Aristóteles, al menos, lo que han llegado hasta nuestros días, arropados por una aureola de misterio. Dice la tradición que Aristóteles escribió dos tipos de textos: los exotéricos, destinados a ser difundidos en público y hoy perdidos, y los esotéricos, que son los que han sobrevivido. Algunos de los primeros eran diálogos al estilo de Platón y de gran belleza compositiva. Nada que ver con la aridez de algunos de los tratados disponibles, que tras unos años ocultos fueron reordenados por Andrónico de Rodas. Epicuro es clarísimo, como corresponde a alguien que dejó escrito que todo nombra el filósofo. Las críticas más duras hacia el estilo de un filósofo son las que hicieron algunos pensadores del Círculo Viena a Martin Heidegger. Tras establecer un rígido criterio sobre cómo debe ser una oración para ser considerada significativa, afirmaron que muchos de los de ser y tiempo no son ni verdaderos ni falsos, simplemente, carecen de significado.