Pensamiento lateral
Con cierta frecuencia, más por obligación que por devoción, acudo a charlas, conferencias, donde el experto o experta de turno me hablan del denominado pensamiento lateral. ¿Que no le suena? Perdóneme, pero en cuestión de modernidad, está usted más pasado que el caracolillo de Estrellita Castro. Traducido al rústico, se trata de repensar nuestros problemas desde un enfoque no únicamente lógico.
Hay que introducir la creatividad, la osadía, unas nuevas estrategias de análisis que rompan con la ortodoxia del pensamiento rutinario. Salirse de madre, vamos. Vale. ¿Por qué entonces en nuestro lenguaje cotidiano, ese que sí refleja lo más hondo de nosotros mismos, ese que a veces traiciona la máscara de corrección que nos colocamos cada día, a todo lo que se salga de la norma, le damos un feroz tono peyorativo? Ser un inadaptado, extraviado, descentrado, desvíado. Uf mala, muy mala cosa. Qué pasa cuando decimos que fulano es inclasificable, incalificable, insensato o directamente, inútil. Denominamos así a personas que abandonan los caminos trillados, que nos asombran con su osadía. Pero no decimos ¡qué creativos!, más bien, huimos de ellos como de la peste. Antes, mucho antes de que se tuviera noticia del dichoso pensamiento lateral, allá por 1850, George Bernard Shaw ya advertía “Los hombres razonables se adaptan al mundo. Los insensatos, tratan de que el mundo se adapte a ellos. Por eso, para cambiar el mundo son imprescindibles los insensatos”.
Periodista
Manuela Espigares