Pendientes de nuestra subasta
España es a ratos un país ficticio, subastado, cogido con alfileres. La improvisación llega a cualquier esfera, sin hoja de ruta y con la apariencia de que nadie dirige la nave. Solo así se puede entender que las compañías eléctricas sean capaces de apretarle las clavijas al propio Gobierno.
Su motivo para tener el cable pelado, en concreto, 3.600 millones de euros que les adeudan y que tienen al sector, digamos, quemado. De ahí a que como advierte el ministro Soria, el primo alto de Aznar, existan sospechas de manipulación de la última subasta eléctrica que obligaba a subir el recibo de la luz en enero un 11%. Sí, todo es sospechoso, todo es oscuro, es lo que se lleva. Lo de poner la mano en el fuego por alguien en estos tiempos es una majadería. El escándalo es de tal magnitud y la repercusión tan dañina en una sociedad en estado de emergencia que el Gobierno decide dejarla sin efecto. Actúa rápido porque sabe que está tentando la suerte y no precisamente la de la Lotería. La misma semana en que la mayoría del PP negaba la posibilidad de una regulación sobre la pobreza energética (para evitar que familias sin recursos se les corte el suministro), las eléctricas y el contubernio de un mercado incontrolable, que no atiende a la oferta y a la demanda, con especuladores financieros moviendo fichas, golpeaba en la línea de flotación del Ejecutivo. Bochorno en el que la oposición socialista solo puede pasar de puntillas porque, a su vez, fue incapaz de cambiar el galimatías de estos kilowatios de vergüenza y pospuso la solución y engordó el problema. Típico. Aparte de retiro dorado para políticos, estaría bien que se interesarán en cambiar esta barra libre en la que el oligopolio es capaz de fijar precios a su antojo, mientras las familias hacen cábalas para poder pagar recibos y sin poder planificar gastos porque la subida de precios es un noria descontrolada. Pero para eso hace falta tener interés, no intereses.
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