Pena regalada
No estoy totalmente de acuerdo con quienes afirman que uno es siempre y en todo momento del lugar en el que ha nacido ni con quienes coinciden plenamente con el 'marteño' Francisco Delicado cuando asegura en La Lozana Andaluza que se es de donde se pace.
Tengo la experiencia como fuente del desacuerdo y el convencimiento de que verdaderas pueden ser ambas. El 16 de septiembre cumpliré 50 años de residencia en Andalucía, soy andaluz por cultura y psicología, pero esa razón auténtica no supone que haya dejado de ser extremeño. Cualquier información de Extremadura goza de mis preferencias, y siento el paisanaje pacense con las noticias de TVE que presenta Pepa Bueno, orgullo al que ella contribuye siendo la mejor al frente del mejor informativo. Un sentimiento parecido se produce con los lugares en los que he pacido, el término usado por el cordobés Delicado. No en todos igual, porque además depende del momento y de circunstancias como la edad. Ahora, instalado en la fase de descuento que Tennessee William fija a partir de los cuarenta años, siento crecer los sentimientos con Andújar porque fue el lugar donde pacía en la adolescencia y porque sé, como Cervantes, que los golpes recibidos fueron garrotazos de la ignorancia a los que convendría la indiferencia de la memoria. En el archivo conservo entrevistas de María José Cantudo con una antigüedad de 30 años en las que recalca que ella es de Córdoba, ciudad que probablemente conozca como turista o por esporádicas actuaciones en el Gran Teatro; esto es, no las conservo por admiración alguna de la artista, salvo la que podría provenir del paisanaje, sino porque pensaba escribir algún día un artículo sobre la facilidad con la que famosos y famosillos de Jaén renuncian a su naturaleza. En ese archivo, que en estos momentos está a más de doscientos kilómetros de distancia, esperan otros recortes de prensa de más jiennenses con parecidas renuncias; quizás, en otra fecha, escriba de ellos con más precisión documental y menos rabia y coraje que el provocado por Irma Soriano con su reciente proclamación de malagueña en un programa de Antena 3. Explicaré el malestar con una anécdota que por personal pido disculpa, pero define al personaje. Recién llegado a la Dirección de Canal Sur Televisión, me pidieron que fuera a saludar al grupo de famosos que estaba grabando el Himno de Andalucía. En un descanso, me acerqué a la presentadora Soriano: “Te conozco desde que eras así”, y señalé con la mano izquierda una altura infantil. Ella, sin decir media palabra, comenzó a darme la espalda, pero mientras giraba añadí: “y ahora soy el director de Canal Sur Televisión”. La miseria posterior cualquiera puede imaginarla, tan penosa como su renuncia iliturgitana, precisamente la contraria de lo que siento al escuchársela.
Juan José Fernández Trevijano es periodista