03 feb 2009 / 16:56 H.
Bajo el mandato del presidente Bill Clinton en la Casa Blanca se establecieron los principales argumentos para una paz duradera en Oriente Próximo, al menos Occidente así lo percibió y, lo que es más importante, así lo soñó. Tras largas conversaciones y negociaciones en Noruega, los acuerdos de Oslo, sellados por la Autoridad Nacional Palestina (con Yasir Arafat al frente) e Israel (con Isaac Rabin, como primer ministro) fueron un bálsamo diplomático que pronto quedó arrasado por la violencia terrorista del lado palestino y, especialmente, por la “invasión” de lugares sagrados por parte del luego primer ministro Ariel Sharon. Aún hoy, la esperanza sigue siendo “paz por territorios”, aunque Israel no lo vea o no lo quiera ver aparentemente y abuse de su situación militar predominante para arrasar los territorios ocupados por el pueblo palestino. De esta forma, sólo mira el presente, sembrando odio y tragedia de cara al futuro. A nadie escapa que la situación es complicadísima y que es el pueblo israelí en el que está en el ojo del huracán del integrismo islamista, sufriendo atentados con una periodicidad espeluznante. Es más, la llegada al poder de Hamás no ha hecho más que empeorar la situación, dado que está dando muestras de no querer acuerdos de ningún tipo con Israel, frente al grupo político que lideraba Arafat, Al Fatah, que sí que quería llegar al principio del fin de la tragedia. Cuanto más desolación, hambre y miseria pasa el pueblo palestino, más conforme parece sentirse Hamás, considerado un grupo terrorista por la Unión Europea. Enfrente, Israel, que no atiende a razones y que ante cualquier tipo de duda emerge su poderío militar para arrasar Gaza o cualquier lugar estratégico que considere oportuno. El mundo, en general, mira ahora expectante qué puede hacer el nuevo presidente de los Estados Unidos para acabar con esta sangría incomprensible.