Paz, participación y paridad

Desde Jaén. La historia muestra que Israel es un país colonialista y los palestinos un pueblo en lucha contra esa colonización. Volver a llamar a las cosas por su nombre es la única forma de colaborar en la reconciliación.

    28 ago 2012 / 07:50 H.

    Esta inhumana decisión de condenar de por vida a tantos seres humanos fue tomada por el Gobierno israelí número 13 en pleno y representa el máximo consenso logrado nunca entre todos sus componentes: desde los socialistas del Maoah hasta los revisionistas de Menájem Beguin o las distintas facciones de los laboristas sionistas: lo que toda esta gente decidió entre junio y agosto en 1967 se convirtió en piedra angular del devenir histórico de Israel y no se tambalearía ni con la primera ni con la segunda Intifada, el proceso de Oslo o la Cumbre de Camp David en 2000. Y debido a que la decisión tomada entonces refleja la visión sionista del presidente y del pasado de Palestina como la de un Estado exclusivamente judío, la única forma en que podríamos desafiarla es cuestionando la validez de la ideología sionista. Esta ideología defiende sobre todo dos principios esenciales: el esfuerzo de controlar al máximo Palestina histórica y el reducir –también al máximo– la población palestina. O dicho de otra forma: se trata de conseguir el máximo de tierra con el mínimo de gente (Palestina). Pero Occidente no parecía tener demasiado interés en saber lo que estaba pasando: sus élites políticas decidieron ignorar las informaciones en una práctica inaceptable propia de tiempos pasados. No en el caso de palestina: el mensaje transmitido por nuestro muy civilizado Occidente fue claro: la desposesión de los palestinos y la práctica ocupación de la totalidad de su territorio era no solo legítima, sino también aceptable. En cuanto a Israel, casi la mitad de los ministros presentes en las reuniones previas y la del 1967 eran veteranos de la limpieza ética practicada en Palestina en 1948, antes de la creación del Estado de Israel. Los héroes, o más bien los villanos de esta historia, fueron aquellos israelíes que perfeccionaron los detalles de esta maquiavélica treta, pero también aquellos que a lo largo de estos años la pusieron en práctica abusando, humillando y destruyendo las vidas y los derechos de un pueblo y que fueron y siguen siendo esclavos de una burocracia diabólica: como guardianes de vida de los palestinos. Desde esta perspectiva el llamado proceso de Paz, iniciado en 1990 y finalizado en 1993 en Oslo, sería otra de las tantas falsedades puestas en funcionamiento por los interesados. Y son falsedades porque están basados en la asunción de que todo lo que se ve es susceptible de dividirse, desde la tierra y el agua a la culpa o la historia. Ha llegado el momento pues de adoptar un nuevo lenguaje y decir las cosas como son: Israel es en realidad un país colonialista y los palestinos un pueblo en lucha contra esa colonización. Reivindicar esa descolonización es ahora mucho más relevante y urgente que eso que ha dado en llamar “proceso de paz” y reconquistar el lenguaje y volver a llamar a las cosas por su nombre, la única forma de colaborar con la reconciliación en beneficio de árabes e israelíes.
    Ángel Plaza Chillón