Patriarcas de la cultura
Los vemos en la televisión, en el cine, en el teatro, diseccionamos sus obras en los museos, los leemos y los estudiamos, los escuchamos en la radio y en directo, los admiramos, los citamos, los invocamos y, en ocasiones, hasta les estrechamos la mano.
Con su trabajo, los hijos de las Bellas Artes crean mundos que también moldean y explican los nuestros, esos que son anónimos y empiezan detrás de una puerta cualquiera de no importa qué calle ni qué ciudad. Con su genialidad y su genuina forma de afrontar y manejar la realidad y, sobre todo, de concretarla, ya sea en un cuento, en un guion o en un lienzo, algunos hombres se convierten en modelos y hasta en maestros. Por eso, cuando mueren, como Mr. Berlanga, dejan una sensación de orfandad y de vacío inclasificables; la impresión, terrible, de que se desvanecen los referentes y el presentimiento, desolador, de que no hay piezas de repuesto que los sustituyan.
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