Panorama de tierra quemada
JUAN José PEINADO MUÑOZ desde JAÉN. A los políticos, sean del color que sean, les solemos exigir, entre otras cosas, que gestionen bien y con honradez, que tengan empatía con las que personas a las que gobiernan y que se adelanten a los acontecimientos, quizá para compensar una inteligencia poco vivaracha.
A lo largo de estos treinta y tantos años de autogobiernos regionales se ha generado tal desorganización territorial, tal dispersión de esfuerzos, tantos agravios comparativos permanentes, todo un conjunto de administraciones triplicadas con un gasto superfluo. Evidencias que ponen en entredicho la capacidad de nuestros políticos: embajadas como si de un país imaginario se tratara, policías autonómicas en igual coincidencia, televisiones regionales públicas a mayor gloria de quien gobierna, obras públicas que jamás tendrán usuarios, sanidades excluyentes con sus vecinos y compatriotas, defensores del pueblo multiplicados por diecisiete, leyes de Patrimonio Histórico como si el románico de Aragón o Cataluña se entendiera su protección de manera distinta, otro tanto con las leyes del suelo, agencias meteorológicas por doquier, sistemas educativos diferentes y, en fin, empresas públicas como hongos en un largo rosario con más misterios que la ortodoxia religiosa prescribe. Este es el disparate de Estado que hemos construido, donde cada uno barre para su casa. Lo anteriormente manifestado resulta ser muy alarmante porque no refleja sino la desidia con la que nos han gestionado quienes han tenido y tienen la responsabilidad de gobernar, reflejando los hechos expuestos la percepción que los políticos tienen de la sociedad y del servicio público. Por ello, creo legítimamente, que tengo derecho a preguntar, en primer lugar, si nuestros gobernantes están capacitados para entender la situación y las preocupaciones por las que estamos pasando y, en segundo lugar, si están preparados y tienen voluntad para resolverla. Nos hemos acostumbrado a digerir productos que han alterado nuestra naturaleza, que venía siendo desde siempre, de pobres. La gallina de los huevos de oro, ese sueño infantil de abundancia ilimitada del que está empedrado el infierno del despilfarro, no es probable que vuelva a verse por estos lares. Nuestro mundo actual se ha convertido en un lugar en el que las certezas personales se están volviendo cada vez más inseguras y las instituciones pierden el control sobre las fuentes de riesgo. Un alto porcentaje de personas mayores ayudan económicamente a sus familiares, a costa de la tranquilidad en sus años de retiro y viendo con desazón cómo han vuelto a casa, si es que han salido —acaso— de ella, quienes diseñaron su proyecto de vida con un horizonte prometedor. Si nos liberamos del caos y del marasmo en el que nos encontramos, el panorama de tierra quemada será desolador. Nos habrán empobrecido económicamente y nos habrán robado buena cantidad de legítimos derechos sociales e ilusiones.