Pacto con la naturaleza que dota de gracia a la Sierra Sur
Texto: Diana Sánchez Perabá / fotografías: Agustín Muñoz
Como un puñal que atraviesa el corazón, el frío de la Sierra Sur de Jaén comienza a calar en sus habitantes con las primeras nevadas de la temporada. Pero la bajada de las temperaturas remite cuando se alza la vista para contemplar una bella estampa con los restos de nieve que cubren olivos y encinares.

Como un puñal que atraviesa el corazón, el frío de la Sierra Sur de Jaén comienza a calar en sus habitantes con las primeras nevadas de la temporada. Pero la bajada de las temperaturas remite cuando se alza la vista para contemplar una bella estampa con los restos de nieve que cubren olivos y encinares.
Sin embargo, no es el fenómeno atmosférico el que cubre de un halo especial a esta zona de la provincia. Parece como si la naturaleza estuviera compinchada con sus gentes, como si una fuerza sobrehumana se hubiera encariñado de este lugar y pactara con los buenos de corazón. Lugar santo, o más bien de santos, la Sierra Sur se ha convertido en un camino de peregrinación de devotos que creen en un poder extraodinario del que gozan algunos mortales. Se dice de ellos que tienen gracia. Curanderos, santones o sanadores. El caso es que, sobre la mirada recelosa de los más escépticos, científicos o médicos, estos hombres y mujeres reciben a personas desesperadas por enfermedades, crisis familiares o problemas laborales para que los sanen o los orienten. Porque, cuando la lógica y la ciencia no alivia el alma humana, muchos prefieren recurrir a la fe.
Integrantes de novelas históricas, como el Santo Ángel Custodio Pérez en la “Fábrica de la Luz”, del británico afincado en Frailes, Michael Jacobs; protagonistas y punto de mira de múltiples reportajes periodísticos y programas radiofónicos o televisivos —tan de moda—, estas personas, al menos las que viven en la comarca jiennense, destacan por su sencillez y humildad. Por un estilo de vida alejado de los estrafalarios santeros cubanos, por ejemplo, en el que, para hallarlos, hay que conocer los lazos que conducen hasta sus casas. Y es que, aún en el siglo XXI, son muchos los que llevan esto de la santería como una práctica oculta. Mientras, reciben a una legión de creyentes para que les curen un “mal de ojo”, un cáncer, un dolor de muelas, o les den algún consejo para conseguir trabajo o que no les echen de sus casas.
Con una sensibilidad especial, el curandero alcalaíno José Peñalver aún se emociona cuando recuerda el día que, según dice, la Virgen de los Dolores le habló en su tienda, ubicada cerca de la iglesia de Consolación. “Una mujer que quería comprar una Magdalena, cuando pasó por la Dolorosa, se quedó en trance. Iba con su nieta y su marido, y yo me quedé sorprendido. Y no sé qué fuerza me tiró de los pies que me hinqué de rodillas y empezamos todos a llorar. La Virgen nos dijo: ‘Encomendaros, que el mundo está muy malo, que veréis muchas cosas’ —que es lo que está pasando ahora con esta crisis—. Y añadió: ‘la Virgen de los Dolores que tienes no la vendas, llévatela a tu casa para ti’. Al tiempo, volvió a aparecerse, por medio de otra mujer que entró en trance, me cogió de las manos y me indicó: ‘Estas manos curarán a mucha gente”, explica José Peñalver.
Las apariciones marianas o de Dios son el punto de inflexión de los santeros, es decir, el momento a partir del cual son bendecidos para poder hacer el bien a los demás, como es el caso de Francisco García Pareja, conocido popularmente como Santo Martillo. En su cortijo de Noguerones, sus creyentes acceden, por un carril casi vertical, en el que es normal encontrar a este hombre en plena faena del campo. Recita palabras cual profeta. “Yo no puedo olvidar lo que vi en aquellas madrugadas. Cosas muy bonitas. Estuve dos años sin hablar. Era una cosa muy grande. Mi cerebro se quedó borroso; desde entonces no fui el que era. De hecho, tengo el brazo y la pierna derechas siempre frías, aunque sea en verano”, dice.
Francisco García se empeña en matizar que no es él quien cura a la gente, sino “ellos” —así se refiere al poder de Dios—. “Una noche le dije a mi mujer: ‘Mamá, a mí me gustaría poder ayudar a los demás’. Eran mensajes directos que ellos me estaban transmitiendo. A partir de ahí, mi cuerpo sufría, como si me pincharan, cuando veía a alguien sufrir”. De esta manera, para sanar, el Santo Martillo pronuncia las palabras que escuchó: “Ha sido enviado del Padre al Hijo, y del Hijo al Espíritu Santo; de ahora en adelante te darás cuenta para lo que has sido elegido”.
Para otros curanderos, la gracia es algo innato en ellos, aunque tomaran conciencia de este don sagrado en sus años de juventud. Así lo relata Rafael Martínez Rosales, de Alcalá la Real, que recibe, a menudo, a personas para que les cure el “mal de ojo” por medio de una oración que le enseñó una anciana. “Cuando tuve a mi primer hijo en Alcázar de San Juan, siempre enfermaba, nada más salir a la calle. Se ponía para morirse. Allí, había una mujer que lo curaba. Y como estaba muy mayor, me dijo que me enseñaba la oración y, si valía, lo podría seguir curando yo. Desde entonces sé que puedo hacerlo”, apunta Martínez, quien matiza que una de cada cien personas que aprenden la oración tienen gracia. “Yo se la enseñé a otros y no tienen resultados”.
Unos kilómetros más lejos, en la aldea de Santa Ana, se encuentra la casa de Piedad Ariza Nieto, que falleció en 2010. Allí vive su hija, Cristina Ariza Ariza, quien recuerda que su madre desarrolló su gracia a los 28 años, cuando sintió un “calor especial” en las manos.
Fieles seguidores del estilo que sembraron los santos más famosos de la Sierra Sur, como Manuel Toranzo, Luis Aceituno y Ángel Custodio Pérez, los actuales no exigen cuantías económicas por sus “servicios”. “Jamás cobré a nadie nada, ni acepté regalos. Solo una vez que me ofrecieron un pollo”, confiesa José Peñalver. Para el Santo Martillo, pedir dinero a quien lo visita es algo inaceptable: “Gracias Señor por lo que me das, no soy digno de recibir”, pronuncia repetidas veces para dejar claro que no toma dinero de quienes vienen a pedirle cura. Solo les hace una petición, que, si pueden, contribuyan para la organización de la romería que celebra el 1 de mayo, día en el que sacan a la Virgen de Fátima que preside la pequeña ermita que se levanta junto a su casa.
Los mortales elegidos para hacer el bien tienen diferentes maneras de manifestar su gracia a quienes se la piden. Así, José Peñalver utiliza sus manos para sanar, tal como asegura el alcalaíno, le dijo la Dolorosa en su aparición. Igualmente hace el Santo Martillo, quien, sienta al devoto en una silla, frente a la Virgen de Fátima para rezarle e imponerle sus manos sobre la cabeza. “Hay personas que se lo llevan y otras que no, depende de la fe de cada uno”, indica Francisco Martínez para recordar que no todo el mundo que se somete a su poder se sana. Él lo achaca a la fe de quien se deja sanar.
En cualquier caso, el vínculo entre el curandero y el enfermo se une por una relación no solo espiritual, sino también humana. Como recuerda la hija de Piedad Ariza. “Un día vino un muchacho que trabajaba en los hoteles y y que tenía cáncer de estómago, estaba en los huesos y no podía comer, pues le daban muchos dolores y siempre estaba acostado. Además, no era muy creyente, sin embargo, nos hicimos amigos de la familia”, afirma Cristina Ariza, ante un altar dedicado a su madre, montado en la misma habitación donde la vecina de Santa Ana recibía y curaba a sus visitantes.
Por su parte, Rafael Martínez matiza que la fe de quien viene a pedirle que le quite un mal de ojo es esencial. En este caso, explica que se trata de una confrontación de miradas, y que, cuando alguien la echa, no tiene por qué hacerlo a conciencia. “Se puede proteger con una cruz de Caravaca o un puño. Esto ayuda a frenar el mal, pero tampoco lo evita. A mí también me lo pueden echar, pero tendría que quitármelo otro curandero”, explica Martínez Rosales.
Verdadero o falso. Lo cierto es que estas personas cuentan con una sensibilidad especial, que, alimentada por la sugestión de quien desea el bien, provoca todo un fenómeno social que no solo lo integran incultos o analfabetos, sino que también lo siguen letrados y científicos, como el autor de “La Ruta de los Milagros”, de Manuel Amezcua Martínez.
El sol cae y el frío remite para dar fuerza al hielo en la larga noche; sin embargo, los vecinos de la Sierra Sur, descansan en sus casas, con el alivio de que una fuerza aliada con la naturaleza los custodia.
La estela de devotos que dejaron los santos en vida
El fenómeno de los milagros en la Sierra Sur de Jaén por medio de personas que curan o aconsejan se remonta al siglo XIX. Es cuando se considera a Manuel Toranzo, natural de Castillo de Locubín, como el primer
A pesar de que ya no viven, estas sencillas personas, que recibían en sus casas a devotos procedentes desde diferentes partes del mundo para que les aliviaran el cuerpo y el alma, sus tumbas son el punto final de cientos de peregrinos que acuden en busca de su inmortal gracia para que les ayuden en el camino de la vida. En este sentido, los restos del valdepeñero Santo Manuel, ubicados en las Ventas del Carrizal, reciben, a menundo, a fieles que fueron sanados por su bendición, así como familiares que, de manera indirecta, supieron de sus milagros y que se encargan de que a su tumba no le falten flores. Santo Custodio, quizá, el más venerado popularmente y cuyas curas transcendieron hasta obras literarias, no solo recibe a sus seguidores hasta su tumba —que destaca especialmente en el Cementerio de Noalejo y que se ha convertido en una especie de altar—, ya que la casa donde vivió en su sencilla vida, en la aldea La Hoya del Salobral, también es el objetivo de los devotos que acuden para seguir pidiendo su bendición, incluso, algún turista que se apunta a recorrer la conocida ruta de los milagros y aprovecha para conocer el hogar del santo, que, por cierto, abren sus vecinos los fines de semana. En la misma plaza, se alza un monumento dedicado a Custodio Pérez, por parte del Ayuntamiento, creada en 1990, y en el que una placa reza: “En honor a nuestro bueno y fiel amigo”.
En las inmediaciones de La Hoya del Salobral se encuentra, también, la cueva a la que el santo acudía a rezar y donde se le apareció la Virgen. En este bello rincón de la Naturaleza, ahora cubierto por un manto de las primeras nieves y con Sierra Nevada de fondo, transita, cual protector, el ermitaño Antonio García Rosales, de 75 años. Aunque la sierra está blanca, este hombre no pasa desapercibido por su indumentaria, ya que viste un mono blanco con una gorra a juego. “Yo conocí a Custodio, era un hombre campesino. Recuerdo que la Guardia Civil siempre lo molestaba porque pensaba que estaba contra el Régimen. Al contrario, era un hombre bueno”, manifiesta García Rosales.