Paco Flores: “No entreno porque hay cosas del fútbol de hoy por las que no paso””
Paco Flores llegó a Jaén y se convirtió en un héroe local. Era joven pero ya traía muchas historias de fútbol y un bagaje amplio de experiencias como jugador. Flores y el fútbol se encontraron en la escuela. Un colegio de La Salle en Barcelona le dio su primera oportunidad. Con diez años ya apuntaba a delantero poderoso. Con tiempo y muchas horas de fútbol jugado en el colegio, fue emergiendo el “9” rotundo que después deslumbraría en Jaén: fuerte, con buen salto, buen remate de cabeza y con una potencia extraordinaria al golpear la pelota. Tenía todas las condiciones. Concluyó su etapa en La Salle, a los catorce años, y empezó a jugar, animado por su amigo Villaroya, para el rival directo, Don Bosco. Allí no pasó desapercibido, estaba claro que Paco Flores era futbolista. Pablo Porta lo vio, lo supo desde el primer momento y se lo llevó al RCD Espanyol. Jugó en el filial para después firmar por el primer equipo e iniciar una larga serie de cesiones: Sabadell, Calella, San Andrés, Girona y, finalmente, recala en Jaén. Allí empezaba una historia que iba a tener tarde de puro fútbol en el viejo estadio de La Victoria. Todavía resuenan los ecos de sus testarazos, de las faltas lanzadas con dinamita o del graderío entonando el canto de admiración y de júbilo que rubricaba sus acciones decisivas: Flores… Flores… Flores. Entonces, en Jaén, fútbol se escribía con “F” de Flores.

—¿Qué recuerda de su llegada a Jaén?
—Llegué a Jaén de la mano de Reyes, el mejor secretario técnico que ha tenido el fútbol español por la capacidad de ver la progresión de gente joven. Recuerdo mi llegada con una sensación enorme de cansancio. Hice el viaje desde Barcelona en coche y llegué en una época de muchísimo calor. Recuerdo que la impresión fue de cierta alarma por lo que imaginaba que podía ser aquello. Tremendo calor, pero era normal por las fechas. Después todo se normalizó y fue bien.
—Fue una excelente temporada. ¿Cuál fue la clave?
—El hermanamiento. La plantilla era un grupo compacto, perfectamente conjuntado en lo personal. El compañerismo y la unión fueron determinantes para hacer una temporada extraordinaria a la que solo le faltó el ascenso. Había mucha calidad en la plantilla, jugadores de un grandísimo nivel, como José Luis, Zubitur, Aguinaga, Ángel, mis buenos amigos, los hermanos Huertas, había muchísima calidad y mucho carácter en aquel equipo. Lo fundamental es que éramos una familia y que todos trabajábamos para todos. También tuvo mucho que ver la personalidad del entrenador, Ruiz Sosa. Tenía un gran conocimiento del fútbol y eso, en aquellos momentos, fue muy importante como complemento al excelente grupo de jugadores que manejaba.
—¿Qué pasó para que se frustrara el ascenso en una temporada tan brillante?
—Es difícil saberlo, pero recuerdo que, a final de temporada, hubo una serie de problemas económicos que desmotivaron a la plantilla. Esas cosas hacen que te desmotives y, de manera inconsciente, nunca de forma consciente, bajas el rendimiento. Tú crees que lo estás dando todo, pero, visto con perspectiva, quizás no era totalmente así. De todas formas pienso que, en esos momentos, los dirigentes no estuvieron a la altura. Tal y como se estaba dando la temporada, con el equipo que teníamos, no se nos debió escapar nunca aquel ascenso. Después también he escuchado que había habido problemas entre el entrenador y la directiva, pero yo de aquello no fui consciente. Lo cierto es que cuando lo pienso, creo que fue un problema de falta de habilidad de los dirigentes que no supieron controlar esa situación y dejaron que diferentes cosas se cruzaran para evitar algo que parecía lógico: ascender.
—Aquella temporada fue muy buena para usted…
—Fue buena porque la afición me hizo sentir muy cómodo, estaba entregada con el equipo, el campo se llenaba y personalmente me trató muy bien. Además del ambiente, en el plano personal, tuve lo que considero que debe tener un futbolista para dar lo máximo: confianza y continuidad. Eso es decisivo para extraer de un futbolista todas sus virtudes. En Jaén gocé de las dos cosas y cuando terminó la temporada me fui traspasado al Salamanca por diez millones de pesetas. Poco después el Espanyol me quiso recuperar y tuvo que pagar once millones y tres jugadores; entre ellos, Ángel, que luego sería traspasado al Real Madrid por cien millones. Ahí queda de nuevo demostrado que los dirigentes, en este caso los del Espanyol, no actuaron con acierto. Firmé tres temporadas pero era muy difícil triunfar allí. A los jugadores de casa nos suelen dar pocas oportunidades, pero es que, además, coincidí con Cazzely que era un gran jugador.
—Luego volvió al Real Jaén….
—Sí, pero por muy poco tiempo. Volvía a Jaén, con Peñafuerte como entrenador, pero a mitad de temporada hubo problemas económicos, no podían hacer frente a mi ficha y acabé firmando por el Linares, que jugaba en Segunda A. En Linares el presidente era Siles Velasco y el entrenador, Naya. La verdad es que fue una época dura. El primer partido que jugué fue contra el Elche. Debuté, marqué un gol y me rompí la rodilla. Con la rodilla lesionada ya, marqué, pero la lesión me apartó bastante tiempo. Y la cosa no quedó ahí. Después de celebrar una comida de final de temporada, salí en coche para Barcelona para pasar las vacaciones y cerca de la estación Linares-Baeza tuve un accidente. Mi ojo resultó muy tocado y estuve un año recuperándome. Fue un periodo largo y delicado. Los médicos me aconsejaron no seguir jugando por un riesgo claro de posible desprendimiento de retina, pero lo cierto es que terminé mi carrera jugando en un equipo de Tercera en el que pude disfrutar del fútbol durante un año y medio.
—Después viene su etapa de entrenador. ¿Qué ideas le definen como técnico?
—Creo mucho en la persona, más que en la calidad. Lo importante es hacer un buen grupo humano. Los jugadores “chupones” que tienen el ego por encima del equipo no van conmigo. Para mí la idea es conjunto, conjunto, conjunto y chicos que trabajen con esa idea. Esa es mi forma de entenderlo y cuando llegué a entrenar en Primera quise plasmarlo a base de dar paso a jóvenes. Creía que el futuro del Espanyol tenía que basarse en una idea como la del Athletic de Bilbao. Tener un fútbol base de calidad y sacar gente de casa y disfrutar de esos futbolistas.
—¿Cuándo llega por primera vez al Espanyol como técnico de Primera?
—Fue en la temporada 97. Miera era el técnico y las cosas no iban bien. El entonces presidente, José Manuel Lara, me llamó para que me hiciera cargo del equipo y tratara de lograr la permanencia y lo logramos. El equipo siguió en Primera. Era la última temporada en Sarria y Lara me dijo que, para el debut en el nuevo estadio, quería traer un entrenador conocido y con tirón. Contrató a Camacho y me pidió que fuera su segundo, accedí y trabajé con el nuevo entrenador.
—Y en el año 2000 otra vez a “apagar fuegos”.
—Entonces estaba Brindisi de entrenador y el equipo volvía a estar en riesgo de descenso. Tras el cese, me hice cargo y cumplimos el objetivo, salvamos al equipo y además ganamos la Copa del Rey. Me renovaron dos temporadas más y entonces pude plasmar mis ideas y promocionar a gente de casa. Trabajamos bien con la cantera y fruto de ello fueron jugadores como Capdevila o Sergio, que, con sus traspasos aportaron mucho dinero al club.
—¿Aceptaría una oferta para entrenar ahora?
—No. El fútbol ha cambiado mucho, lo manejan los intermediarios que colocan entrenadores y quieren que sus jugadores representados jueguen siempre. Se ha pervertido mucho la idea original del fútbol. Yo no valgo para ciertas cosas. Mi dignidad no permite ciertas maneras que hoy son muy habituales. Creo que la vida merece ser vivida de otra manera y disfrutada al margen del fútbol de hoy. A lo más que llegaría es a asesorar a algún presidente que entendiera que esa labor mía le podía servir pero a los banquillos no vuelvo.