27 dic 2008 / 23:00 H.
Los cuarenta misiles lanzados por Israel contra territorio palestino, y en concreto contra objetivos islamistas de Hamas, y que ha causado más de 220 muertos es el enésimo episodio violento entre dos pueblos condenados por la Historia. Ni a un lado ni al otro de la Franja de Gaza nadie tenía confianza en que estos últimos seis meses de tregua fueran a tener continuidad. En este sentido, son demasiados ya los altos el fuego y los armisticios que cayeron en saco roto para desesperación de una población que vive al límite. Los israelíes con el miedo que preside y condiciona toda la acción pública y política del país. Los palestinos, por su parte, viven en condiciones de extrema precariedad, asfixiados por un bloqueo irracional y siendo conscientes de que la vida en este trozo de tierra tiene escaso valor. Los islamistas se aprovechan de un caldo de cultivo que se alimenta de cada acción indiscriminada en la que los palestinos son las víctimas de una escalada de tensión que es cíclica en la región. La pretensión del Estado de Israel de preservar su seguridad con el bombardeo de objetivos militares de Hamas es lógica, pero no las condiciones a las que obliga a vivir a los palestinos. Este drama humano cambia de siglo sin que se encuentre solución para que estos dos pueblos puedan convivir. Además, los poderosos aliados de Israel son incapaces de escorar el discurso duro y violento que se impone en los distintos gobiernos de Israel. No obstante, diversos colectivos y destacados intelectuales son capaces, en los últimos años, de variar la argumentación y enfrentarse a la corriente dominante. Es un tibio avance que hay que aplaudir. En Palestina, la división y las guerras internas impiden que un líder de consenso imponga una estrategia política que prime el diálogo por encima de las acciones violentas. Porque este último ataque sólo engendra más dolor en una región convulsa.