Oración y trabajo tras la rejas que dan libertad al espíritu
texto: Pepi Galera
fotografías: Francisco Calero
Cuando era muy joven, entre los delirios de la fiebre, dijo que ella quería que su mortaja fuera el hábito de las hermanas clarisas, según le contó su madre cuando despertó. Así, de esta forma tan bonita tal y como ella la describe, fue cómo sor María Dolores descubrió que su vocación era entrar en el convento para convertirse en religiosa. De esto hace ya más de 57 años. Es una de las hermanas más veteranas en el Convento de San Antonio de las Madres Clarisas Franciscanas de Baeza, uno de los dos que esta federación tiene en la provincia de Jaén. Ella, junto con otras ocho religiosas, habitan en este convento consagrado a la clausura. Viven separadas del mundo por una reja, lo que no supone que se aíslen de la sociedad ni se encierren para dar de lado a los problemas.

fotografías: Francisco Calero
Cuando era muy joven, entre los delirios de la fiebre, dijo que ella quería que su mortaja fuera el hábito de las hermanas clarisas, según le contó su madre cuando despertó. Así, de esta forma tan bonita tal y como ella la describe, fue cómo sor María Dolores descubrió que su vocación era entrar en el convento para convertirse en religiosa. De esto hace ya más de 57 años. Es una de las hermanas más veteranas en el Convento de San Antonio de las Madres Clarisas Franciscanas de Baeza, uno de los dos que esta federación tiene en la provincia de Jaén. Ella, junto con otras ocho religiosas, habitan en este convento consagrado a la clausura. Viven separadas del mundo por una reja, lo que no supone que se aíslen de la sociedad ni se encierren para dar de lado a los problemas.
Su opción de vida es, para ellas, sacrificio —dejan a sus familias fuera y renuncian a lujos y bienes— para, desde dentro, asumir los problemas de los demás con la oración. “Desafortunadamente, hay poca gente que nos comprende. Nos critican diciendo que huimos de los problemas del exterior encerrándonos en un convento y no es así. Es una opción de vida que elegimos libremente, nos consagramos a la oración. A través de las visitas, vemos los problemas del mundo exterior y asumimos los de los demás con la oración”, explica sor María Dolores. Y es que no pocos ciudadanos se acercan a la reja de este convento para pedir consejo a estas hermanas clarisas. “Muchas veces, la gente más joven sobre todo nos pregunta que si no nos aburrimos aquí dentro, encerradas, sólo rezando. O que si no echamos de menos la televisión o estar conectadas a internet. La realidad está muy lejos. Tenemos mucha labores a lo largo del día y, al mismo tiempo, oramos mientras las hacemos”, añade sor Elena, una de las hermanas más jóvenes de la comunidad. Y es que su misión en esta orden de clausura es “Ora et labora”. Esta gran familia que es esta comunidad la conforman la madre abadesa, que es sor Clara Jódar; la vicaria, sor Carmen González; y las hermanas Pilar Serrano, María Dolores Molina, Corazón Sierra, Lourdes Parra y Consuelo Galindo. Las últimas incorporaciones son sor Elena de Asís e Inés Kasiva Ndivo, una postulante llegada desde Kenia.
Aunque una reja las “separe” del mundo exterior, dentro de ella, encuentran libertad. Sor María Dolores, recuerda que nadie las obliga a estar allí, es su vocación y, es más, dice que “si volviera a nacer, elegiría la misma opción”. La clausura, aunque pueda parecer paradójico, no las hace vivir aisladas del mundo. En pleno siglo XXI, los conventos, este incluido, tienen teléfono, televisión e internet. La diferencia con el exterior es el uso que se les da a estos avances. “Son para usos muy puntuales o necesarios. Por ejemplo, en la televisión, sólo nos juntamos a ver actos como la beatificación de Lolo, con permiso de la madre abadesa”, dice sor María Dolores. “Con internet, pasa algo similar. No tenemos razón por la que estar todo el día conectadas”, añade sor Elena. Normas como las que les impedían salir del convento para asistir a sus padres enfermos o acudir a sus entierros, ya se quedaron atrás. Estos días, por ejemplo, sor Lourdes está en Ecuador asistiendo a su familia. “Sólo salimos en casos extremos, muy excepcionales, porque es la base la clausura. Por ejemplo, si necesitamos asistencia sanitaria, el médico se traslada al convento e, incluso, nos hacen análisis aquí. Pero, en el caso de que la prueba sea muy específica, como un electro, nos podemos desplazar hasta el hospital o también cuando la gravedad lo requiere”, explica la hermana. “Estos días estamos preocupadas porque se recupere pronto sor Pilar, que está ingresada porque se rompió una cadera”, añade.
Estas nueve religiosas con edades comprendidas entre los 26 años de sor Elena y los 86, de Sor Pilar, mantienen una rutina organizada al minuto. Su día comienza muy temprano y, como si fuera un gran puzzle, cada una de ellas tiene sus funciones dentro del convento. A las seis de la mañana se despiertan y, apenas media hora después, entran en el coro, donde hacen el oficio de lectura y oración. A las ocho y cuarto, llega el momento del desayuno. Cuando terminan, cada una se retira a sus labores hasta las diez cuando es la hora de la misa, que preparan las hermanas sacristanas, sor Consuelo y sor María Dolores. Cada semana, se turnan entre todas las labores de cocina. En esta estancia es en la que se elaboran los exquisitos dulces por los que es muy conocida esta comunidad religiosa entre los baezanos. Gracias a la venta de estos manjares y los benefactores de caridad, la comunidad se autogestiona. “Últimamente, tenemos menos pedidos de dulces. No sé si será por la crisis, pero hay temporadas a lo largo del año muy flojas. Cuando sí que nos tenemos que poner todas manos a la obra, porque apenas damos abasto, es en Navidad y en Semana Santa. Ahora, en verano, sobre todo, los hoteles nos encargan tocinillos de cielo para las bodas”, cuenta la religiosa. Para cuando llega el sol a lo más alto, cuando está a punto de llegar la una de la tarde, todas las hermanas rezan la sexta y hacen examen de conciencia, para después pasar al comedor. Allí, mientras se alimentan, una de las hermanas lee a la comunidad. De dos a tres, tienen tiempo de ocio, que lo dedican al jardín, a descansar o a meditar. Justo después, a las tres, vuelven al coro, donde rezan la nona, el rosario y hacen ensayo de canto. A las cuatro, las hermanas se reúnen en las sala de labores, donde encuadernan libros, planchan o bordan. Mientras tanto, hay una lectura espiritual. La hora de la cena llega a las ocho y cuarto de la tarde y, después, tienen una hora de tiempo libre, hasta las diez, cuando cada una vuelve a su celda, donde rezan las completas, la última oración del día. Ni un minuto que perder para mantener la que es su gran casa, este convento de 4.000 metros cuadrados con una larga historia a sus espaldas. Data de 1405 pero, durante la Guerra Civil, en 1936, sus archivos fueron quemados y las que son hoy sus habitantes sólo conocen la historia que las más mayores les han ido contando. “Después de la Guerra, se ha ido reconstruyendo muy poco a poco con lo que vamos consiguiendo. Ahora estamos reformando la cocina y el comedor”, afirma.
La crisis vocacional también es patente en este convento. “Cuando yo entré éramos 18 y todas muy jóvenes”, recuerda nostálgica sor María Dolores. “Ahora, somos la mitad y ya todas viejitas”, añade. Pero esta crisis espiritual no sólo se queda en las vocaciones por la vida contemplativa, sino también fuera de los muros de los conventos. Ante esta falta de “nuevas generaciones”, en los últimos años están llegando jóvenes de otros países, sobre todo de Sudamérica y África, a los conventos españoles. “Cuando yo entré en el noviciado, todas éramos de Baeza, otros pueblos de Jaén o, incluso, de otras ciudades de Andalucía, como Cádiz”, explica sor María Dolores. Hace 18 años llegó la primera hermana extranjera al Convento de San Antonio de Baeza, que fue sor Consuelo Galindo, que vino desde México. Después, poco a poco, llegaron sor Lourdes Parra, desde Ecuador, y sor Elena y sor Inés, ambas desde Kenia.