Oda al estricto profesor

Mal asunto, cuando en conversaciones y reflexiones hacemos uso de nuestros recuerdos para introducir ciertos temas. Señal de que ya hemos acumulado suficientes años y experiencia como para revivir nuestras propias batallitas. Aunque, como la vida misma, todo es relativo, ya que peor sería si no pudiéramos contar nuestras aventuras y desventuras, pues significaría que nos habríamos quedado por el camino.

    19 oct 2011 / 10:15 H.

    Y es que, estos días, una vez estrenado ya el curso académico, vagan por mi memoria los avatares vividos con aquel profesor, cuyo perfil característico, en algún ciclo académico, y en cualquier otro centro educativo, todos, alguna vez, conocimos y reservamos una esquinita del corazón. Mezcla de espontaneidad y premeditación, de guasa y gravedad, de distanciamiento y paternalismo. El revoloteo de mariposas en el estómago y la paralización del pulso, constituían, solo, algunos de los efectos secundarios que nos provocaban sus ceros amenazantes. Sin embargo, la secuela principal de aquellas tardes de desasosiego, resultaron ser la pasión y el entusiasmo con que insufló nuestros espíritus, por el Constitucionalismo Parlamentario y el Antiguo Régimen, la Restauración y el Liberalismo, el Periodo entre Guerras y el Imperio Napoleónico. Hoy que, el estudio, la memoria y la palabra son instrumentos imprescindibles de mi trabajo, me descubro sorprendida al pensar qué opinaría aquel riguroso profesor de mi verborrea, cuando en antaño, ardua tarea afrontaba para sacarme tres palabras coherentes, a cada pregunta de examen. Sin lugar a dudas, ingrata y difícil profesión la del docente. Póngale, cada cual, un nombre. El mío, ayer, era Don Francisco. Hoy, es Paco.
    Manuela Rosa Ruiz Torres es abogada