Nuestras memorias
Hay tantas memorias como seres humanos, y cada una distinta y singular como la persona a la que pertenecen. Todas las memorias custodian paisajes gratificantes o abismos dolorosos. Se podría asegurar, siempre con la debida cautela, (ya que aquel que opina, expresa o predica también posee su memoria de lo vivido) que todas guardan recelos, pesares, incluso pueden estar lastradas por odios indelebles, al igual que se tiene desde el recuerdo la capacidad de agradecer, perdonar y rememorar momentos que mitigan con renovada fertilidad nuestras carencia, es decir, la memoria contiene las especias con que aliñamos la vida, y esta nos puede resultar dulce, amarga o insípida. Lo difícil, por no decir imposible, es mantener un equilibrio continuado en este cordaje a la vez tan subjetivo como poroso e influenciable. Para mal o quien sabe si para nuestro bien, conocemos por experiencia, que no se puede olvidar todo aquello que se desea olvidar, los olvidos no nos pertenecen, no son un acto de la voluntad, pero siempre son un espejo de nuestras realidades. Si la memoria individual es compleja, mucho más confusa y escabrosa puede a llegar a ser la colectiva. Por poner un ejemplo, de tantos como hay en todos los ámbitos de la existencia: un ser que podamos considerar racional mostrará su aversión a cualquier guerra, sin embargo la historia y el presente, con una cruel paradoja evidencian lo contrario y la lectura de nuestro recuerdo será distinta si hemos sido víctimas, victimarios o meros espectadores. Creo que la cultura con todas sus manifestaciones y utilizada como patrón unitario es una eficaz profilaxis para evitar los desmanes de nuestras memorias.
Funcionario
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