Nuestra respuesta
Desde jaén. Jesús preguntó un día a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, en este tiempo de Cuaresma, podríamos preguntarnos quién es Él para nosotros. Las respuestas serían tan variadas, como la concepción que del mismo tenemos: “Para mí lo es todo”.
“Alguien inexistente”. “Un ser superior, cuya doctrina quedó anclada en el pasado”. “Un aguafiestas que coarta nuestra libertad”, etcétera. La respuesta real la tenemos, en forma de imagen, en ese Cristo doliente, cuyos autores nos presentan de una forma bella, pero tan suavizada. “Tan desfigurado tenía el aspecto, que no parecía hombre”. “Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante quien se oculta el rostro”. (Isaías). Este es el Cristo en el que hemos de creer y esperar, es quien murió para salvarnos a todos, cualesquiera que sean el credo, la raza, el color o la lengua, y que al tercer día resucitó de entre los muertos, y vive siempre entre nosotros y para nosotros. Nuestra sociedad rehúye la cruz, el sufrimiento, el sacrificio y se pierde así, la enorme alegría de la Resurrección. El dolor por el dolor es un sinsentido, algo que Él no desea para nosotros, porque nos quiere dichosos. Nuestro sufrimiento, unido al suyo, ofrecido por amor, tiene la recompensa de la felicidad que anhelamos. Nuestro mundo está marcado por el relativismo, la desesperanza, la ambición, el bienestar, el placer, el prestigio, etcétera. ¿Somos felices? Está claro que nada de esto, transitorio y superficial, puede darnos la paz, el gozo, la lucidez, la satisfacción plena, de que estamos tan necesitados. Estoy convencida de que nuestro corazón anhela a Jesucristo y su Palabra, y la respuesta es, por lo tanto, el amor, el servicio, la entrega a los demás, fundamentalmente a los necesitados, cristos vivientes en un mundo en profunda crisis económica, y valores religiosos, morales y humanos. ¿Sufriremos en nuestro empeño? Seguramente, pero habrá merecido la pena, porque sabemos que la medida de Dios es, siempre, rebosante. Él llama continuamente a nuestra puerta, necesita nuestra acogida, nuestro sí a su proyecto sobre nosotros, y la Cuaresma es un buen momento para ese encuentro tan necesario. “¿Quién dice la gente que soy yo?” Pese a nuestras infidelidades, desprecios, temores, olvido, rechazo y ataques, Jesús nos extiende su mano una y otra vez, y nos recuerda: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Concepción Agustino Rueda