Noviembre, mes de ánimas

TOMÁS LENDÍNEZ desde Villargordo. Tal vez por eso que se suele decir, que cualquier tiempo pasado, siempre fue mejor, al llegar esta festividad de Todos los Santos y Fieles Difuntos, con nostalgia y añoranza siempre recuerdo aquellas otras de mi lejana niñez pasadas en el pueblo en casa de mis abuelos. Al desempolvar mi memoria, a mi mente acuden aquellos atardeceres grises y tristones del mes de noviembre o mes de ánimas como en el pueblo se le llamaba, en este mes todos los días en la parroquia se oficiaban responsos y misas que los vecinos encargaban ofreciéndolas por el eterno descanso de familiares y conocidos fallecidos.

    29 oct 2012 / 17:36 H.

    En más de una ocasión yo asistía acompañando a mi abuela. Recuerdo el peculiar tañer de las campanas tocando a muertos y cómo la iglesia se iba llenando sobre todo de mujeres, enlutadas y embozadas en anchurosos crespones negros, que me hacían recordar a brujas de cuento. A uno y otro lado de la nave central se abrían las oscuras capillas alumbradas solo por la llama chisporreante de la candelilla de aceite, vislumbrándose entre la penumbra las antiguas litografías con las que se decoraban escenas bíblicas como el mártir del Gólgota, la resurrección de Lázaro o el purgatorio, litografías y pintura que más que piedad me infundían temor, sobre todo el cuadro de ánimas que ocupaba todo el frontal de una de ellas, pintura realizada por el pegalajeño Juan Almagro, pintor que en la posguerra se dedicó a restaurar y decorar iglesias que en la contienda fueron saqueadas, esta pintura ocupa el lugar donde estuvo la anterior, desaparecía en los años de guerra. Dicha pintura fue costeada por dos devotas cofrades cuyos nombres en una esquina del lienzo se puede leer, se da la graciosa anécdota de que el pintor como modelos fue escogiendo a los vecinos que a diario acudían a la parroquia para verlo trabajar y que él los fue colocando donde más oportuno le pareció según sus rasgos, escogiendo a una preciosa chiquilla para la Virgen del Carmen, y una vez terminado el trabajo, suscitó polémica, enojo y enfado, ya que a los que entre las llamas colocó no fue del agrado de estos, pues aunque de forma simbólica les adelantó el posible suplicio, aún se puede ver por muchas de nuestras iglesias y ermitas el cuadro de ánimas, tradicional pintura a las que una cofradía le rendía culto y veneración, asociaciones muy extendidas sobre todo por el área mediterránea, que entre la feligresía sencilla transmitía un profundo sentimiento mezcla de temor y superstición gozando de todo su esplendor tras el Concilio de Trento, así lo dice Caro Baroja en uno de sus muchos escritos. Aquí en el pueblo, esta cofradía aún estuvo en activo unos años después de la Guerra Civil, recuerdo cómo todos los sábados durante el mes de noviembre, al anochecer salía un grupo de “hermanos” que formaban una pequeña rondalla pidiendo un donativo con el que se socorría a los vecinos menesterosos de la parroquia en entierros, misas y lutos, la rondalla se acompañaba con una guitarra e improvisados instrumentos, objetos y utensilios del ajuar doméstico, almireces, botellas de cristal con relieve que al arrascar con el mango de un tenedor, producían un sonido peculiar, entonando con voces monocordes y tonantes salmodias de letras antiguas donde se hacía referencia al purgatorio y al infierno donde la muerte siempre estaba presente, sobrecogiendo al auditorio que raramente le negaba el donativo, como por ejemplo esta que aún se recuerda y que así dice: A las ánimas benditas / una limosna debes dar/ que ardiendo en el infierno / después de su muerte / a algún familiar se puede encontrar /. En esta festividad, siempre solíamos reunirnos en casa de algún familiar, abuelos, padres, tíos, primos, etcétera para disfrutar de los tradicionales manjares que en esta festividad se solían consumir, batatas asadas, pestiños, “panza de vieja”, castañas, bellotas, higos pasos y el plato estrella, las gachas dulces, que con las sobrantes los jóvenes y los niños salíamos por las calles tapando las cerrajas de los vecinos y amigos, antigua costumbre que según se decía, que en esa noche de ánimas, las almas atormentadas vagabundeaban de un lugar a otro y así no pueden filtrarse por las cerraduras al encontrarlas tapadas con las gachas. Ahora nada es igual, poco a poco han ido desapareciendo las viejas costumbres y tradiciones. Hasta el otoño parece haber cambiado, estación de días grises y lluviosos, cuando las hojas abarquilladas y rojizas caían del árbol y el viento en remolinos las transportaba de un lugar a otro. El sol jugaba al escondite ocultándose entre oscuros nubarrones. Otoño estación apropiada para memorar la mencionada festividad donde se recuerda a los últimos difuntos y que como es sabido en los años del romanticismo gozaba de una gran predilección, el suicidio en otoño parecía más apropiado que cualquier otra estación, y un entierro era mucho más triste. En esta estación como también ha pasado con otras muchas costumbres han ido cambiando y adaptándose a los nuevos tiempos. De improviso se nos han colado fiestas de disfraces, con inquietantes y fantasmagóricos personajes de vampiros, muertos vivientes y brujas con historias anglosajonas y nórdicas conmemorando la noche de Halloween, destacando la calabaza-linterna, que ya puedes adquirir en grandes superficies hechas en plástico. Pero yo que respeto y trato de adaptarme a los nuevos tiempos sigo prefiriendo aquellas otras costumbres y conmemoraciones, tal vez por eso que ya he referido que cualquier tiempo pasado, aunque así no sea siempre, nos parece que fue mejor.