Notoriamente sublime
Por Nuria López Priego
Según su ficha de defunción, falleció el 29 de abril de 1980 en Los Ángeles, pero la sombra de su silueta oronda e intrigante no tiene fin ni hartura. Treinta años de putrefacción en una tumba, alimentando larvas y gusanos, no son suficientes para enterrar a Alfred Hitchcock y acabar con su influencia.
Según su ficha de defunción, falleció el 29 de abril de 1980 en Los Ángeles, pero la sombra de su silueta oronda e intrigante no tiene fin ni hartura. Treinta años de putrefacción en una tumba, alimentando larvas y gusanos, no son suficientes para enterrar a Alfred Hitchcock y acabar con su influencia.
Lo prueba su figura voluminosa e inabarcable en la publicidad de un conocido banco español y el golpe de efecto que es cada una de sus películas, desde El hombre que sabía demasiado, a Enviado especial y 39 escalones o las aún más populares Vértigo, Psicosis, La ventana indiscreta, La soga o la fantástica Con la muerte en los talones.
Cualquiera de ellas podría ocupar, hoy, esta Reserva, pero la elegida es Notorius o, en su traducción al español, Encadenados (1946). Una película de espionaje contextualizada en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en la que Cary Grant e Ingrid Bergman reciben la misión de descubrir y desmantelar a un grupo de adeptos al régimen nazi. El encargo no es fácil, pero se complica aún más con el enamoramiento de la pareja. Porque, como cantó Radio Futura, los dos caen “cual soldados fulminados” y se quedan “atrapados en la misma prisión, vigilados por el ojo incansable del deseo voraz”. Caen presa de un amor urgente, frenético, único y adictivo que se va desbordando en los planos cortos, en los suspiros y en la mirada embelesada e inconscientemente enamorada de una inmejorable Ingrid Bergman que pasa toda la película borracha de alcohol y de deseo por el espía al que da vida Grant, Cary Grant.
Narrativamente sublime y absorbente de principio a fin, Encadenados representa ese amor carnal, devoto y “extraño” que atrapa una y mil veces. Un amor que únicamente existe en la ficción y que sólo pueden filmar genios como Hitchcock y Ang Lee.