Nostalgia en agosto
He tenido dos coches. Pero vamos por partes. Imposible ya de hacerle andar por los años y los kilómetros sorbidos por la carretera, cuando llevé mi primer coche al desguace, con él se quedó parte de mi alma. Durante 15 años no me dejó ni una sola vez en el camino del tajo a Jaén. Al descargarlo la grúa sobre los automóviles acabados y apilados como huesos en el osario, el sonido del metal desdeñado no lo olvidaré en mi vida, siendo numerosas las veces que sueño con él abandonado junto a otras “viejas glorias” que, si hablaran, sus relatos probablemente nos sorprenderían. Mis pies durante tantos años, tuvo no sé cuántos novios que me ofrecieron cantidades respetables.
Compré otro coche. Por entonces la carretera de Úbeda a Jaén era difícil y peligrosa. En cualquier curva o recta, una corona de flores agostadas cuan rastrojo indicaba, que allí mismo, un desafortunado accidente arrancó vidas. La carretera solo tenía un sentido de circulación y estaban las populares catorce curvas que llamaban “del mareo” a continuación de los llanos de Mendoza. La carretera es una butaca de patio desde la cual vemos pasar las cosas inanimadas que la velocidad del vehículo las hace recobrar vida. Pasan ante nuestros ojos según la “técnica” del director de la película que es el paisaje, filmada en color y vistas que nos animan el viaje y lo acortan. Olivos que nos saludan con su ramaje inquieto de plata vieja; perros en la cuneta que se los comen las moscas ya sin sangre, ya sin latidos, ya sin dueño; al filo del alba, tractores que, por ser la recolección de la aceituna, entorpecían la circulación cargados de aceituneros que viajaban al olivar de rocíos y escarchas con las varas de varear enhiestas emulando el cuadro de Velázquez “La rendición de Breda”. También otros perros ladradores que seguían los autos a tramos porque olían el gato del maletero. La radio del vehículo me relajaba. A través de las ondas hertzianas me enteraba de lo que ocurría en el mundo. Así supe que el boxeador español Pedro Carrasco, acababa de vencer al danés Borrg Knogs, consiguiendo el campeonato de Europa de los pesos ligeros; que las hostilidades entre Israel y los países árabes terminaban y que, ocho periodistas de Norteamérica, que visitaban la región de Ayacucho, eran asesinados por la organización terrorista Sendero Luminoso. Me apetecía conducir lloviendo, y si caían puñados de granizos, desconectaba la radio, pues su sonido golpeando enfadados la chapa del coche, me ponía optimista, y verlos saltar como la guerra entre soldados que se convertían en agua y luego en nada. En fin, protagonismos de las personas y sucesos de este mundo diversificado eran oídos solo por mis noventa kilómetros en un hábitat que agradaba dominar. El que digo, fue mi último auto y mi última lagrima. Al final lo regalé y hoy espera ser subastado.
Ramón Quesada Consuegra es escritor