Nostalgia de lo posible
Me tropecé el otro día con una conferencia de Julio Cortázar que me metió en la nostalgia de lo posible, de lo que pudo haber sido y el tiempo ha malogrado. Centraba Cortázar su discurso en la necesidad de combatir las dictaduras con la cultura y empezaba recordando una estupenda anécdota que protagonizó el poeta Shelley cuando, ansioso por difundir sus ideas políticas, tiraba botellas al mar o lanzaba globos al aire con textos suyos dirigidos al inmenso mundo.
Por lo demás, en la charla de Cortázar, se amontonaban las propuestas para difundir las ideas democráticas en Sudamérica, dominada entonces por sangrientos dictadores. No estaban muy lejos de las botellas y globos de Shelley algunas de sus ideas para burlar la censura y hacerle llegar al pueblo el germen liberador de las ideas: formar una red de vídeos clandestinos, difundir cómics o fotonovelas hechos ex profeso entre dibujantes, fotógrafos y escritores; fomentar un voluntariado que enviara paquetes de libros a personas que pudieran repartirlos; crear asociaciones de cantautores o transmitir mensajes a través de la onda corta. Reservaba Cortázar para el final “el arma más extraordinaria”, la televisión, que le parecía la más poderosa y la más urgente de utilizar llenándola de cultura para acabar con el círculo infernal de la ignorancia y sus consecuencias de miseria y desposesión.
Leída hoy, la charla de Cortázar tiene el valor de una desesperada necesidad que trata de llenarse con el esfuerzo de imaginación. Pero también subraya un fracaso, el de la televisión, que de ser “el arma más extraordinaria” se quedó en un juguete en manos del poder. Respecto a este medio, algo tristemente parecido pasó en nuestro país después de la Transición. Esperábamos que la televisión le diera cultura y razones a los ciudadanos, que pusiera en sus manos una poderosa herramienta para dignificar la propia vida, pero, con pocas excepciones, nos hemos encontrado con un medio que fabrica trivialidad y conformismo, y convierte al televidente en un menor de edad al que se le hace cosquillas o se le conmueve con distorsiones sentimentales de folletín. Son empresas las televisiones que, lejos de alimentar la reflexión o las ideas, extraen sus ganancias explotando la cantera humana del instinto.
Cuál sería el nivel cultural de Andalucía si nuestra televisión se hubiera interesado más en educar que en publicitar al poder y sus símbolos autonómicos? Para tener una idea, sólo hay que echar un vistazo a la programación actual de Canal Sur en las horas de mañana y sobremesa donde los que no han podido acceder a la cultura se sientan masivamente ante la televisión.
Los escasos programas solventes en hora punta, como el de Vigorra, no justifican a un canal público que se ha especializado en el espectáculo banal de lo ya sabido, hurtando a los andaluces lo no sabido, lo que pudiera habernos dado y nunca nos dio.
Salvador Compán es escritor