No hay perdón para los pobres
El estado del bienestar no fue más que una utopía para que los pobres pudieran hacerse la ilusión de que vivían bien, sobre todo si se comparaban con sus padres y las condiciones penosas de la postguerra.
Que el rico tenía mansiones en distintos países, yate, avión privado, cuadros de gran valor, etcétera, etcétera, el pobre podía irse dos semanas a tostarse en la playa cutre más cercana. Que el rico tenía una colección de coches de lujo, el pobre podía tener un utilitario y sentirse como dios. Pero la avaricia no tiene límites (también dicen que rompe el saco, a ver si es verdad), y quienes tenían mucho quisieron tenerlo todo. A eso se le llamó “crisis económica”, pero va más allá de lo económico, aunque el dinero es importante porque es el que nos permite comer y vivir en una sociedad en la que todavía se nos ofrece energía eléctrica, gas, agua corriente, servicios todos privatizados, por tanto se nos puede pedir por ellos lo que al jefe de turno se le antoje. Y de los beneficios nadie duda, que no son ya los expresidentes los que se dejan fichar por grandes empresas o corporaciones cobrando cantidades indecentes, la misma exministra Elena Salgado, en cuyas manos depositó el presidente del Gobierno, que no el pueblo español, la responsabilidad de estar en Bruselas negociando para sacarnos de la “crisis”, está trabajando para Endesa. Este sí es país para pobres, pero los pobres no seremos perdonamos porque al fin y al cabo somos los culpables de todo: la falta de consumo, el paro, las tibias manifestaciones que son brutalmente controladas, ¡qué dura es la vida del rico! Genara Pulido/profesora de Universidad