Neofeudalismo
Pasados varios años de crisis, mucho tiempo sin noticias que nos den un aliento, al menos una esperanza, es el momento de preguntarnos quién es el autor de tanto desasosiego y qué interés tan potente nos dispara hasta la depresión y el callejón sin salida.
Son los mercados: ¿unos entes perversos y semi-ocultos? No, se puede averiguar quiénes forman esos mercados, qué personas o estamentos están queriendo acabar con una determinada forma de vida, con un estado del bienestar conseguido tras más de doscientos años de lucha y sacrificio. Nos enfrentamos también a un pensamiento “casi” único, en un periodo en que hay conceptos económicos que se han tomado como si fuesen dogmas, y ello cuando la realidad es más plural, variada y accidental que todos los dogmas que queramos inventar o proponer. Incluso me atrevo a decir que cualquier dogma económico puede ser alterado con la decisión de cualquier dictadorzuelo de la más diminuta república bananera o de una ridícula monarquía petrolera. Pues ¡vaya dogmas! En cualquier caso son tantos los analistas que aventuran o profetizan la llegada de un nuevo feudalismo. Tal vez, pero es triste no saber, no poder concretar siquiera al señor al que servimos. En los anteriores feudalismos, los siervos tenían claro quién era la persona que los hacía esclavos, e incluso el señor a quien servían. Esta nueva situación tiene un contenido etéreo, y hasta hipnótico, es más desesperanzadora, no podemos hacer un insulto directo, no podemos dirigir nuestro desahogo ni el odio hacia un ser determinado. Ni la señora Merkel llega más allá de ser el ama de llaves del “odiado”, ni siquiera el repelente señor Sarkozy es el secretario del “intangible”, quizá sea uno de sus chóferes. De acuerdo, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, estamos adelgazando y quitándonos de encima toda la grasa que teníamos. Pero hoy estamos seguros de que hemos perdido también gran parte o casi todo el músculo, y alguien dice que hemos llegado al hueso del jamón. Aquí sabemos mucho de sacrificio, de verdura, de cardo, de garbanzos y cardillos. Estamos dejando el tabaco y el jamón, de la carne solo nos acordamos en Cuaresma, volvemos a la dieta sana y realista —la que nos tienen asignada— la llamada “dieta mediterránea”. Entonces pues, ¿a qué nos quejamos?, ¿no es la mejor del mundo? Por otra parte, la vida sigue, las compañías telefónicas seguirán llamándonos a las cuatro de la tarde para vendernos los treinta megas de rapidez, aunque al concretar, queden en seis. Y es que al final todo resulta cinco veces menos de lo prometido. Francisco León Valenzuela es abogado