Murphy y su contrapunto

Advierte la Ley de Murphy que cuando algo va mal, siempre puede ir peor. El pronóstico es desalentador. Desmedido, incluso. Desde la distancia, se considera con incredulidad, burla e ironía. Pero para quienes lo sufren es catastrófico.

    13 may 2009 / 14:44 H.

    Es algo así como casarse y programar el viaje de luna de miel a México o EE UU y que un virus alienígena o, mejor, la pantomima en la que ha derivado la gripe porcina, te obligue a cancelar un billete no reembolsable. Ante una situación así, uno nunca sabe si echarse a llorar, clamar al cielo por semejante infortunio o reírse de la mala suerte.
    Por desgracia, el protagonista de La escafandra y la mariposa no puede permitirse ninguna de estas reacciones. No ha perdido ningún vuelo a Cancún. Pero ha pasado de tenerlo todo a no tener nada, debido a una patología conocida como síndrome del cautiverio. Postrado en una cama de hospital, a él le toca comenzar a valorar lo que antes no veía. Sin duda, es un caso extremo, pero con él el artista Julian Schnabel nos obliga a sopesar lo que de verdad merece la pena. Y lo hace desde el optimismo, sin caer en el melodrama barato.
    Narrada en primera persona y construida a partir de planos subjetivos en los que la cámara nos ofrece la visión del protagonista, La escafandra y la mariposa es, en la línea de la fantástica Lolo, una apología de la imaginación sin límites. Una oda a universos que sólo están al alcance de unos pocos privilegiados. Es color y esperanza frente a la tragedia. Movimiento frente a la parálisis del cuerpo. Y es lo que pocas películas de las que hoy están en cartel: imprescindible. Por Nuria Llópez Priego 
    La escafandra y la mariposa
    Dir.: Julián Schnabel. Interpretes: Mathieu Amalric, E. Seigner