17 jun 2015 / 14:14 H.
Dicen que a partir de cierta edad las mujeres nos volvemos invisibles, seres translúcidos que no atraen las miradas de deseo ni admiración de los hombres. Una vez entrada en esa etapa de la vida que es la menopausia, cuando perdemos nuestra “principal” función, la reproductora, se supone que no valemos para nada. En una sociedad en la que prima la juventud, los rostros sin arrugas y los talles esbeltos, una mujer de más de cincuenta años está abocada a la invisibilidad. Esta regla, por supuesto, no afecta a los varones. Hartos estamos de ver películas en las que seductores maduros abrazan los jóvenes y temblorosos cuerpos de actrices veinteañeras que podrían ser sus hijas. En el hombre, los años no son sacos de arena que lastran sus espaldas, sino que les aportan serenidad y elegancia. ¡Qué atractivas esas canas de George Clooney! Por mi parte, estoy convencida de que a esa edad las mujeres estamos en la plenitud de la vida. Hemos dejado atrás los miedos y complejos de la juventud, las noches sin dormir criando hijos y realizamos con eficacia nuestro trabajo. Somos capaces de organizar nuestras vidas, y la de los que están a nuestro alrededor, y de enfrentarnos a cualquier dificultad pues, a esas alturas de la película, ya estamos acostumbradas a todo. Y es justo en ese momento cuando hay quien se empeña en decirnos que no valemos nada, que debemos aparentar veinte años menos si queremos seguir siendo alguien en esta sociedad de jóvenes. Y nos venden cremas a precio de oro o cirugías para convertirnos en una caricatura de nosotras mismas. Agredimos a nuestro cuerpo con dietas “milagro” que nos resienten la salud. Lo de menos es nuestro bienestar, lo importante es tener el aspecto de una treinteañera. Tratan de convencernos de que lo ideal es ser como la Presley, una anciana con piel de adolescente. A mí, en cambio, me gustaría envejecer como Manuela Carmena, con esa inteligencia y claridad de mente, con esa serenidad y saber estar que hace que a sus setenta años aún sea capaz de generar ilusión y nos lleve a creer en la utopía.