Mónica Doña: 'Mi poesía habla de la vida que nos robó las normas sociales'
'Tengo que ajustar cuentas con el pasado de varias generaciones, porque la poesía tiene que decir cosas, no sólo palabras bonitas'. 'Hay grandes poetas que no saben defender su obra en público'

ignacio frías /Jaén
Lleva toda una vida escribiendo y cantando, pero fue con el cambio de milenio cuando se propuso dedicarse exclusivamente a la poesía, un género literario en el que la jiennense Mónica Doña Jiménez se ve inmersa en un permanente aprendizaje. Tiene un libro publicado, Una raya en el agua, y el pasado mes de diciembre, el jurado del X Premio de Poesía Vicente Núñez, dotado con 6.000 euros, que convoca la Diputación de Córdoba, premió su obra La cuadratura del plato.
—A lo largo de la historia, poesía y música han ido siempre de la mano.
—Afortunadamente. En un principio me tomé mucho más en serio la música porque me daba más satisfacciones. Hacer canciones era muy fácil y me lo pasaba muy bien. Y cantar era una maravilla. He sido cantautora hasta hace diez o doce años.
—¿Llegó a conocer el éxito?
—Nací en Jaén y me crié en Torreperogil, he vivido casi toda mi vida en Úbeda hasta que me afinqué en Granada, y se hizo lo que se podía. No fui una cantautora que se me conociera a nivel nacional. Mis canciones se difundían casi de boca en boca, siempre en directo.
—¿Por qué dejó la canción?
—Porque llegó un momento en que creo que lo había compuesto ya todo y no quería repetirme. Me empecé a aburrir del directo, de los pubs, de los cables, del sonido de siempre. Estaba agotada y retomé con mucha fuerza la poesía y me dije: “Mónica, esto te lo tienes que tomar en serio y va a ser tu camino a partir de ahora”.
—Sólo tiene una obra publicada y la del premio que está pendiente de editarse.
—Hasta que no se publica y se nos reconoce de alguna manera no se es poeta, aunque sí lo seas. Este mundo gira en torno a lo público, a lo que se hace oficial.
—¿Qué necesita?
—Poco. Estoy recién jubilada y tengo lo mejor del mundo: tiempo. Antes el tiempo era mi enemigo. Ahora lo he convertido en un gran aliado y quizá por eso se me ha reconocido. Por primera vez en mi vida tengo tiempo para dedicarme a mis cosas, a lo que me ha gustado siempre. Un poeta sudamericano decía: “La buena poesía se escribe de joven y de viejo, porque en medio hay que buscarse la vida”.
—¿A qué le escribe? o ¿De qué escribe?
—En este poemario, La cuadratura del plato, le escribo a la vida. Es decir, a la falta de vida, a todo lo que se nos ha robado por esas reglas convencionales, por la falta de tiempo, por el ritmo enloquecido que hemos tenido. Es un robo, una vida impuesta que no tiene nada que ver con lo que podría ser otra realidad más auténtica. Es una lucha a brazo partido contra lo convencional. En estos poemas repaso mi vida y hago un ajuste de cuentas con el pasado de toda una generación que nació y vivió en el oscurantismo, y luego pasó a la euforia.
—¿Qué le ha supuesto recibir un premio internacional de poesía de tanto prestigio? ¿Con este reconocimiento se siente ya poeta?
—Es más de lo que esperaba. El poeta por sí sólo no lo es sin los otros, los lectores. La repercusión está por ver, porque el premio está recién concedido.
—¿Cómo son sus poemas?
—Este libro está escrito en un tono irónico para alejarme de algo que se relaciona mucho con la escritura de mujeres, que es el victimismo. Esta distancia irónica es muy saludable y me ha permitido llegar al jurado.
—¿Aparte de los premios, qué tiene que hacer un poeta para darse a conocer?
—Me gusta mucho la oralidad y leer mis poemas en público. La poesía es tan minoritaria que no se ha propiciado el declamarla y al que escucha le entra mejor si se la dices. Hay una musicalidad escondida en la poesía y si se lee bien el público se emociona, porque conecta la palabra con el mundo. Sospecho que la emoción es lucidez. Cuando se conecta a través de la emoción se comunica algo importante.