18 may 2014 / 22:00 H.
Dicen los expertos que la buena climatología y las abundantes lluvias de estos últimos meses en la capital son el caldo de cultivo perfecto para que los mosquitos, o mejor dicho, sus larvas, naden a sus anchas como una renacuajo en un charco y que, justamente, esa circunstancia ha convertido en el milagro de los panes y los peces la procreación y proliferación de especies que, aunque autóctonas, no se habían visto antes por estos lares. Ahora, también hubieran pasado desapercibidos, pues estas variedades de dípteros son tan diminutas que apenas superan el milímetro de envergadura y eso no hay quien lo vea, y menos, personas como yo que, a mi edad, no veo, como se suele decir, tres en un burro. También dicen los expertos que son especies inofensivas para el ser humano, nada comparable con sus hermanos mayores los expertos chupasangres. Pero cuando se dan las circunstancias, como ha sido la ocasión a la que me estoy refiriendo, estos microseres alados tan molestos forman auténticas nubes espesas e irrespirables y para los amantes del paseo apacible, como es mi caso, se convierten en un auténtico martirio. Prácticamente, me parece que no hay un rincón de Jaén libre de esta plaga. La suerte es que los expertos aseguran que esto dura lo que el estornudo en una gripe, una semana aproximadamente. Solo espero que, esta vez, estén en lo cierto.