Modos de corrupción
En la campaña electoral, alguien hizo el portentoso descubrimiento de que los EREs fraudulentos tenían el tamaño de nuestra región y, en consecuencia, se hablaba con desparpajo de “la Andalucía de los EREs”. Aunque es verdad que la anterior afirmación a sus propios voceros les parecería exagerada y, a veces, la han matizado con gran delicadeza intelectual para utilizar el hallazgo lingüístico más modesto de “el PSOE de los EREs” o “el partido de los EREs”.
De ese modo, el dinero público que cobraban siete decenas de desalmados de otros desalmados de la Consejería de Empleo lo transformaban en una materia corrupta que, a través de infinitas metástasis, alcanzaba a Griñán y a su gobierno, crecía sin freno contaminando a la extensa red de militantes, y no paraba hasta inocular al más tibio de los simpatizantes. La campaña electoral nos ha marcado, pues, con el hierro candente de los proscritos porque, cuando no era toda Andalucía, era la mitad de nuestra autonomía la que exhibía la mirada huidiza de los delincuentes y la carne enferma de la corrupción.
Lo peor de cualquier caso de robo de dinero público es el robo en sí y ningún ciudadano que se tenga por tal debería hacer ni la más mínima concesión hasta que pague el último de los culpables. Pero la naturaleza de la corrupción es tan perversa que el partido aspirante al poder (ignorando casos surgidos en su seno, como el de Gürtel o el de Palma Arena) parecía disfrutar insistiendo en los EREs, igual que si los males y las heridas sociales fueran argumentos, igual que si vencer no fuera convencer, igual que si se alimentaran de la materia tumefacta de la corrupción.
Con un territorio tan ensuciado por las simplificaciones y las reducciones al absurdo, no es extraño que se valoren los resultados electorales como lo ha hecho una cierta televisión ultramontana. En ella, el periodista Horcajo juraba que en cuatro años no pisaría nuestra región o Gabriel Albiac tildaba a los andaluces de “vagos”, de “vivir del prójimo o del cuento”. En ella, podías enterarte de que “Andalucía está sacada del Tercer Mundo”, de que tenemos “una corrupción endémica” o de que esto es “un estercolero de miseria o de inmundicia dejado por el PSOE”. Ya ven, para este periodismo de la imparcialidad, o servimos para darle los votos a quien ellos quieren o te botan encima con los tacones del integrismo.
El hecho es que para algunos la corrupción no ha sido un mal que hay que extirpar de cuajo sino más bien un medio para ganar las elecciones. La han convertido en un arma y, en ese camino, no solo han olvidado que ese mal habita en su propia casa sino que han generado otro modo de corrupción: la de elevar la demagogia a categoría moral. Y aún otros, que profesan de periodistas, han descendido a la degradación de desarrollar esa tendencia canalla de los maridos despechados capaces de asestarle un navajazo a la mujer que los ha abandonado.
Salvador Compán es escritor