Mil gracias al 'cole'

Piedad Santiago (Familia Ureña-Santiago)/Desde Jaén. Hace 15 años éramos un matrimonio sometidos a la incertidumbre de donde acabaría estudiando nuestro hijo mayor los primeros cursos de infantil y primaria. Puesto que teníamos un colegio público tan cerca de casa, que al volcarse de la cama ellos podrían caer directamente en el patio del mismo, queríamos, a toda costa, que fuera admitido en El Navas de Tolosa, El Navas, para los amigos.

    04 may 2012 / 11:08 H.

    Yo estaba, incluso, dispuesta a sentarme en la puerta de la Delegación de Educación hasta conseguir una plaza para mi niño conociendo las dificultades de acceso que tenía por el pequeño número de plazas con las que contaba en aquel tiempo; de hecho, solo había una línea escolar. No teníamos más puntos que los de proximidad, pero no teníamos ni puntos por familia numerosa, ahora sí, ni por sueldo, ni por ser madre soltera ni otros criterios adoptados en aquel momento por la Administración y que entonces nos parecían tan injustos. Por fin vimos con gran tranquilidad que nuestro hijo había sido admitido, en el penúltimo puesto de la lista, en el colegio que era objeto de nuestro deseo.
    Y no nos equivocamos ante el pálpito de que allí nos iba a ir muy bien. Porque cuando a un hijo le va bien, también les va bien a los padres. Cuando a un hijo se le trata con respeto, potenciando sus virtudes y limando sus defectos, a los padres también nos tratan igual; cuando un hijo tiene un problema, y aquellos que están más cercanos comprenden el problema e intentan solucionarlo, también resuelven el problema de los padres. Tras este primer intento de que nuestro hijo fuese admitido, vino el segundo y ya entró por la puerta grande al contar con la presencia de su hermano en la escuela. Y luego vino el tercero, nuestro benjamín. Él fue presentado al colegio con solo 4 días de edad en aquella fiesta de fin de curso en la que nuestros hijos mayores lucían como los de edad intermedia. Fue como un regalo del cielo.
    Han sido quince años intensos. Durante estos quince años ellos han crecido en tamaño y en el conocimiento de la naturaleza que les rodea; han recorrido el mundo intentando comprender la diversidad geográfica, racial y lingüística: costumbres diferentes para pueblos diferentes y sin embargo, llamándonos a la igualdad entre todos los seres humanos. Han sido años de satisfacciones cuando venían con una buena nota, y de preocupaciones cuando no todo les iba bien. Pero siempre hemos tenido la oportunidad del diálogo con los maestros más cercanos a ellos; se nos ha ofrecido la posibilidad del arreglo de aquellos pequeños entuertos que su espíritu infantil atrapado en sus cuerpecillos de niños provocaban, alargando el espacio de los recreos, castigados entre las paredes del aula o con tareas en domicilio para que aprendieran, en muchos casos, modales. No nos importa, a mi familia no le importa, si nuestros hijos han sufrido algún castigo, nunca ese castigo ha sido desmedido pues ha sido mucho más fuerte el cariño recibido. Quizá hayamos tenido suerte desde aquel primer día de septiembre del año 1997 en que mi hijo grande pisó por vez primera el patio del colegio. Es posible, que nos hayan tocado los profes mejores; es posible que nuestros hijos hayan sido buenos; cualquier cosa es posible, pero en  lo que sí  estamos de acuerdo en nuestra familia, es que el colegio ha sido el área fértil donde se han desarrollado como seres humanos habiéndoles permitido trabajar para los más desfavorecidos a través de las campañas de caridad, y resolviendo los conflictos a través del diálogo y la atención individualizada.
    Este colegio, será para nuestra familia como la cuna que guardamos en el trastero que tapizada de “chichoneras” evitaba los golpes en sus pequeñas cabezas cuando eran bebés. Ha sido el lugar cercano y hermoso donde han aprendido a diferenciar los olores, los colores de la piel de los seres humanos, a conocer otras religiones y orientaciones sociales diferentes a las de casa y han aprendido sobre todo, el valor del trabajo constante y bien hecho. Han podido interiorizar, gracias a la sabiduría de sus maestros, saltándose en algunos casos hasta la normativa impuesta por aquellos que apontocados en la cumbre del mandato sobre el resto de los andaluces no tenían ni idea de las necesidades académicas de los escolares, el esfuerzo como un arma absolutamente necesaria para poder triunfar.
    Mis hijos no son grandes deportistas; mis hijos no son superdotados; mis hijos no son esos chavales especiales que llaman la atención en el instituto por ser los mejores, pero sí que llevan la pátina enorme con la que les ha impregnado El Navas y que es una seña de identidad de todos los escolares que por este colegio han pasado. Me llena de gratitud cuando acudo al instituto a hablar con los tutores, y me preguntan que donde han estudiado mis hijos, que se les nota algo común a otros niños y les contesto con orgullo que han estudiado en el Navas de Tolosa. Por eso al despedirse este año mi último hijo, mi pequeño, aquel que aún es capaz de darme un beso para acostarse sin que yo se lo pida porque a sus doce años no conoce todavía la picardía ni la maldad, me llena de satisfacción y orgullo poder decir que éste también ha estudiado aquí, en nuestro colegio.
    Gracias a todos los maestros que desde pequeños les han acompañado, gracias a los directores que han permitido crear el ambiente de disciplina que aquí se respira; gracias a los amigos que siempre le acompañarán, al menos en el recuerdo si no en su nueva andadura académica. Gracias a los cuidadores, alumnos en prácticas, guarda, etcétera, a todos los que hacen que este colegio sea especial. En nuestra familia, los Ureña-Santiago, tiene el colegio sus más fieles valedores.