Miguel, siempre Hernández
Releo la poesía de Miguel Hernández. En tiempos de canícula, los versos traen brisas suaves que alivian cuerpo y mente. Tan agradable resulta que lo aconsejo como método contra el sudor y refresco del espíritu. Echo mano a un libro gastado en sus páginas, un regalo maravilloso que mi hermano, quizá anticipándose al tiempo, sabría me gustaría en grado sumo, puede incluso que ya supiera de que marcaría esa parte de la columna que me impide bajar la frente. En esas páginas gastadas, tras esa portada negra con una foto del poeta, corren arroyos cristalinos de letras hechas palabras; versos tan bien hilvanados como ungidos por un alma que trasciende lo mundanal.
Lástima que a Miguel se le truncara la vida tan pronto, sin duda iba para Nobel del universo literario de los versos. Aun así, que suerte el haber tenido a alguien tan grande, incluso en su muerte nos regaló todo un ejemplo de buen hacer, de coherencia, de lucha y de universalidad. Gracias Miguel por estos versos, por tú vida e incluso por el ejemplo de tu muerte. Paseando entre Perito en Lunas, El silbo vulnerado, El rayo que no cesa, esos Vientos del Pueblo es como si estuviese viajando. Un viaje arraigado al terruño donde solo unas buenas suelas son imprescindibles. Un viaje a esas trincheras que defendías enseñando al que no sabía leer. Contigo Miguel los versos se hacen imagen, los poemas postales y los libros disfrute del sediento en el mejor de los manantiales. Cuanto y que bello escribiste, cuanto nos negaron de placer venidero tus infames asesinos. Aún y todo Miguel, tú vives, correteas y vuelas sobre este mar de olivos al que tanto amaste y que tanto te debe. Los genes de troncos retorcidos preñaron a Josefina dándole ese sabor único del aceite a tu vástago. Fuiste adivino sin saberlo. El día que de tu lápiz gastado surgió Andaluces de Jaén, no solo lo hizo un himno, también la premonición del Jaén actual. Que bien lo sabías, solo sudor y miseria para los pobres mientras la carroña sacia su apetito sobre el oro líquido que brota tras el sudor del desheredado. Gracias eternas Miguel Hernández.
Manuel Pérez Perálvarez