Micaela: Mi madre nació en Andújar

Desde Linares. En el año 1928, el 27 de junio, en el día del Perpetuo Socorro; siempre vivió en Andújar, excepto los largos periodos de enfermedad. Murió en Madrid, un 13 de diciembre, día de Santa Lucía de 1976; tenía 48 años. Ese día, festividad de la patrona de los ciegos, ella vio la Luz: una gran Luz. ¡Quizá por la fuerza de su gran amor! ¡Quizá fue por ello! Su corazón se paró; se paró de golpe, en un instante tan breve como eterno, en un instante que fue combinación —explicable o no— entre lo fatídico y lo glorioso. De profesión estanquera, estanquera de las que nunca fumó, era además: esposa y madre de 6 hijos, todos iliturgitanos. Cuando ella murió sus hijos teníamos: 7, 16, 19, 21, 23 y 24 años.

    23 feb 2014 / 10:08 H.

    Era una cristiana, devota de la Virgen de la Cabeza y siempre muy cercana a los pobres y a los enfermos; sencilla, alegre, cordial y amante de la vida y de la Vida. A todos sus hijos nos inculcó la belleza, la grandeza y la majestad de un Jesús que nos ama. Un día, ya mencionado, Dios se fijo en ella, y ese día, ese su querido y amado Dios, se la llevó, se la llevó con ternura, pero se la llevó y ello dejó en nosotros: una lágrima y un triste y largo suspiro; suspiro que en muchos momentos pareció eterno. Hoy los dos, mi padre y ella, han alcanzado ya las refrescantes praderas del vivir eterno, la Jerusalén celestial, la galaxia más indescriptible y más deseada de un cosmos para nosotros absolutamente desconocido; ellos están allí, donde la esperanza se funde en perfecta armonía con la fe y el amor; es la sublime perfección del enlace trinitario de las 3 virtudes; ellos, están —llenos de gozo— en el privilegiado lugar donde la caducidad se transforma en infinitud, donde —por la fuerza que brota de la alegría— el llanto se desvanece, y con él el decaimiento y la tristeza. Antonio y Micaela: siguen siendo para nosotros, sus hijos, un pilar sólido de vida y amor; siguen siendo antorcha luminosa en las oscuras noches; siguen siendo el horizonte frondoso de un bello paisaje; siguen siendo excelsos mensajeros de un valioso legado; siguen siendo —para finalizar— como las palpitaciones entusiastas de dos corazones vibrantes que se unieron con el solo fin de obtener una buena y rica cosecha del mejor amor.
    Rafael Gutiérrez Amaro