Menú solidario
Me subo a mis tacones y me voy de boda. Antes, he pasado por la peluquería, me he comprado unas medias de verano y he comprobado que entraba en el vestido.
14 ago 2013 / 10:47 H.
El termómetro del coche marca 38 grados a las ocho de la tarde, el sudor que recorre la frente de mi marido me indica que pueden ser más aún. Llegamos un poco tarde, los novios están siendo declarados marido y mujer en un entorno paradisíaco: césped natural, piscina y el torreón de un castillo al fondo. Las medias de verano —¿medias de verano?: ¡eso es un contrasentido!— me provocan urticaria y mis pies protestan por estar oprimidos tras muchos días de sandalias y playa. Nos sirven la copa de espera al aire libre —y recalentado— de una agobiante tarde agostiza. Los invitados asaltamos a los camareros para conseguir una cerveza bien fría, que restituya el líquido perdido, y un plato de jamón, por lo de las sales minerales. Hablamos y sudamos, sin perder de vista al dios de las cervezas frías. Nada más entrar en el salón, la temperatura desciende unos 20 grados y el sudor se congela en nuestras espaldas. Y empezamos a cenar. O más bien continuamos, pues ya nos hemos atracado en la copa de espera. Y nos aburrimos. La comida nos aburre, las horas que pasamos sentados para que nos la sirvan también. Los novios deambulan por las mesas un tanto desorientados, como si estuvieran fuera de lugar. Creo recordar que yo también me sentía así en mi boda. No puedo comer todo lo que sirven y renuncio al segundo plato, un solomillo al no se qué. Entonces, como siempre que estoy en un banquete, pienso en la gran cantidad de comida que desperdiciamos y en el número de personas que se podrían alimentar con ella. No estaría mal que en los restaurantes ofrecieran un menú solidario donde se introdujera un plato que podría llamarse: “Confitura de solidaridad con reducción a la fina gula”. Ajustar la cantidad de alimentos y el precio, y los novios podrían donar la diferencia a una ONG, que seguro que allí sabrían lo que hacer con ese dinero, pues los gobiernos están demasiados ocupados con sus “Bárcenas”, sus “peñones” y sus “Eres” como para preocuparse de las necesidades de su pueblo.
Felisa Moreno es escritora