Más y mejor democracia

Los ciudadanos tenemos la percepción de que esto de la corrupción, y la avalancha de noticias e informaciones al respecto que nos tienen saturados, es algo inevitable. Se ha llegado al descaro en la utilización de los medios públicos para obtener beneficio propio perjudicando una y otra vez al conjunto de la ciudadanía a la que deberían servir. Vemos como las principales instituciones de este país están salpicadas por esas corruptelas y da la impresión de que esta lacra es algo generalizado.

    01 mar 2013 / 12:06 H.

    Yo no soy de los que creen como decía el señor Montoro que esto son casos puntuales o manzanas podridas. Estamos ante los síntomas muy claros de una crisis generalizada del sistema democrático que enlaza con la crisis económica, social y ética. Aunque no queramos reconocerlo, o nos duela, la corrupción política ha sido una constante desde la aprobación de nuestra Constitución hasta hoy, el sistema democrático se ha ido pervirtiendo y la confianza de los españoles en sus representantes públicos se ha ido debilitando hasta unos límites insospechados. Partidos, políticos e instituciones se desacreditan y pierden la confianza de aquellos a los que deben representar y servir. Además le añadimos a esta situación la intensificación de las políticas de ajuste presupuestario y de los recortes de derechos sociales y laborales que provocan aun más la irritación ciudadana. A pesar de esa indignación por la falta total de equidad a la hora de pedir sacrificios frente a la crisis, entre otras cosas, personalmente soy optimista. Soy de los que piensan que hoy más que nunca necesitamos más democracia, más y mejor democracia, y la defensa de ese objetivo debe ser la esperanza de futuro a la que agarrarnos todos para combatir esta crisis. No es el momento de la apatía y la indiferencia. Los ciudadanos deben implicarse y ser cómplices directos en la transformación de los comportamientos, en la petición de nuevas reglas políticas que avancen aún más hacia la democracia, en los cambios normativos, debemos repetir hasta la saciedad nuestro deseo de reformas como la constitucional. No podemos permitirnos correr el riesgo de que frente a las ideas democráticas avancen ideas populistas o autoritarias que se alimentan, aprovechan y persiguen el descrédito de la política. Del distanciamiento de la política y del Parlamento de la ciudadanía, de su fracaso como depositario de la soberanía nacional, de la ineptitud del Gobierno frente a la crisis, de la imposibilidad de los políticos de tomar decisiones libres frente al poder económico, de todo ello debemos sacar el deseo de buscar nuevos cauces de control y participación más activa de los ciudadanos en las decisiones.

    Miguel Ángel Olivares es escritor