Marta Sanz: 'Escribo de lo que me duele en lo que veo a mi alrededor'

Carmen Jiménez/Jaén
La escritora adelanta que su nuevo libro 'Un buen detective no se casa' jamás saldrá a la venta en marzo con más historias del personaje Arturo Zarco. Además, su profesor volverá a editarle su primera novela 'El frío'.

    16 ene 2012 / 10:09 H.

    ¿En qué anda metida ahora mismo, si puede saberse…?
    —En ultimar los detalles de mi próxima novela que saldrá en marzo en Anagrama. Se titula Un buen detective no se casa jamás y es una nueva entrega del detective Arturo Zarco. También estoy muy contenta porque Constantino Bértolo, mi profesor y primer editor, reeditará mi primera novela, El frío, publicada en 1995. Aparecerá el 19 de enero. Reencontrarme con ese libro ha sido toda una experiencia tanto vital como literaria. 
    —¿Qué opina una escritora multipremiada como usted de los premios literarios?

    —Que son una buena manera de llegar a más lectores. Y que hay que olvidarse de ellos enseguida para ponerse a trabajar inmediatamente. Porque esto es una prueba de fondo. No un “sprint”. Al menos, en mi caso.
    —Umberto Eco afirma que cada una de sus novelas crece a partir de una idea fecunda que es poco más que una imagen. ¿De dónde salen sus novelas?
    —Creo que cada una de mis novelas sale de un lugar diferente: de una experiencia autobiográfica traumática, de un estado de indignación general, de un recuerdo, de una imagen que de repente me sugiere algo, de una pregunta o de una tesis, de algo que he visto en la televisión o que he escuchado en el patio de mi casa. En resumen, mis novelas salen de lo que veo a mi alrededor todos los días. Escribo de lo que me duele. 
    —¿Por qué nadie ha escrito aún Las uvas de la ira de esta crisis?
    —Quizá porque muchos leen para olvidar, no para ver más y mejor. Creo que ese estado de pereza mental se proyecta en escritores que se autocensuran porque saben que los libros tristes o con demasiadas pretensiones no venden. Hay que ser esperanzador, dar ilusión a la gente, escribir autoayuda. Vivimos en los tiempos de la felicidad a ultranza, precioso libro de Ugo Cornia, por cierto, y Las uvas de la ira amargan mucho.
    —Alberto Olmos dice que “los escritores no somos ni sacerdotes ni moralistas”. ¿Deben las obras literarias estar limpias de opiniones políticas o, por el contrario, defiende la literatura de opinión ideológicamente comprometida?
    —No creo que la literatura “no deba” mancharse con opiniones políticas, es que es muy difícil que esté limpia de ellas. Cada libro es una manera de estar en el mundo que implica un posicionamiento ideológico, por acción o por omisión, que a menudo es también político. Prefiero a los escritores sacerdotes que a los escritores bufones, aunque ahora existe un tipo de sacerdocio literario diferente que consiste en convertir su espectacularidad en un dogma. 
    —Por qué será que, aunque haya recibido el XI Premio Vargas Llosa de relatos, no me la imagino con la última novedad del insigne “escribidor” en la mesilla de noche…
    —Porque es usted listísima. He de confesarle que, aunque con la última no me pillará, sí podrá hacerlo con muchas de sus obras anteriores. Quizá es que Vargas Llosa antes era un escritor diferente, es decir, una persona diferente.
    —¿Escribiría para no ser leída?
    —Probablemente sería inevitable que escribiera, aunque siempre lo haría movida por el impulso de comunicarme con alguien.
    —¿Papel o libro digital?
    —Me encantaría poder decir que los dos. Pero, ante el acoso del lector analógico, creo que deberíamos ser protegidos como especie en extinción.  Cuando leo Lolita, la única interactividad que deseo es la que establezco con el narrador de la novela y, en diferido, con su autor. Lo que no me interesa es saber cuántas personas están leyendo al mismo tiempo el mismo libro que yo o cuántas lo abandonaron en el mismo punto. Eso me parece marketing y demagogia cultural.
    —Según una encuesta de hace unos años, una quinta parte de los adolescentes británicos cree que Winston Churchill, Gandhi y Dickens son personajes de ficción, en tanto que Sherlock Holmes y Eleanor Rigby son reales. ¿Cuál es su diagnóstico?
    —Uno malo y uno bueno. El bueno: que las ficciones no son inofensivas, nos empapan y pasan a formar parte de nosotros, de modo que los libros sirven para intervenir con menor o mayor modestia en lo real. El malo: la cultura del “clic” es muy peligrosa y casi todos somos hoy patinadores de superficies más que espeleólogos de profundidades.
    —¿Qué tipo de ente es un personaje literario?
    —Casi siempre es una especie de Frankenstein.
    —Rubalcaba, Rajoy… ¿Quién le daría más juego como personaje de ficción?
    —Rubalcaba, porque ha probado las mieles y las hieles del poder. Pero no comulgo con ninguno de los dos y su pregunta me parece un poquito “bipartidista”. Según Belén Gopegui, de los grandes nombres del poder solo se ocupan los autores de “best-sellers” y ese es un espacio que podríamos relatar desde otros puntos de vista los que aspiramos a escribir otro tipo de literatura.
    —Entre los libros que ha leído, ¿cuál no debería perderme?
    —Podría perderse sin demasiados problemas Libertad de Franzen —por contrarrestar el sobrepeso mediático— y quizá no debería perderse Pulso de Julian Barnes y La mano invisible de Isaac Rosa.