MARTA MARTÍNEZ VILLAR: “Mis padres me dieron la vida y el yoga me enseñó a vivirla”

OLIVIA ARANDA
Cuando era adolescente entró en una depresión que la hizo sentir en una cárcel y, ahora, trabaja en una de verdad. El yoga le sirvió para salir del agujero y le ayuda en su trabajo. Lleva nueve años como ayudante de Instituciones Penitenciarias y trece practicando yoga. Imparte clases desde hace siete años. Es reflexiva, comprometida, profesional y una gran oradora.

    19 jul 2009 / 10:20 H.

    —¿Cómo se compaginan prisión y yoga?
    —Por el tiempo libre que me proporciona mi trabajo, que me permitió descubrir cuál era mi pasión. Estudié Derecho y me gustaba mucho el penal, saber cómo se genera la violencia en el ser humano. Entonces, me puse a estudiar las oposiciones al cuerpo técnico de Instituciones Penitenciarias, pero suspendí. Decidí presentarme a las pruebas de ayudante y aprobé. Mejor así, porque, en el cuerpo técnico, no habría tenido contacto con los internos. Al comenzar a preparar las oposiciones, me fui a mi pueblo (Torreperogil). Mi madre estaba practicando yoga y yo asistí a clase durante el tiempo que estuve estudiando. En mi primera sesión de yoga, dije: “Esto es lo que yo estaba buscando”.
    —¿Qué pasó en esa clase?
    —Creo que, por una vez en mi vida, algo me hacía explorar las mil sensaciones. Yo era una persona que pensaba demasiado. El hecho de vivirme desde otra perspectiva a través de mi cuerpo me causaba una profunda impresión porque era algo que yo no consideraba que podía tener la profundidad que tenía. A partir de ahí, mi vida cambió completamente. Yo sufría muchos dolores de cabeza, altibajos emocionales, no le encontraba sentido a la vida y, al conocerme a mí misma desde otra perspectiva, comencé a estabilizarme. Me sentí cada vez más fuerte y empecé a conectar con la vida a un nivel profundo. A través del yoga, encontré respuesta a preguntas que tenía desde niña.
    —¿Qué preguntas?
    —Yo nunca había entendido por qué había tantas injusticias, por qué no podemos cambiar la sociedad, que haya personas pasando hambre, que no se acepten las diferencias. Eso me creaba una gran frustración. De adolescente, no me sentía cómoda cuando la gente empezaba a consumir drogas y alcohol. Entré en un conflicto personal con el mundo hasta que comprendí que era una perspectiva errónea. Pacificarme con la vida partía de pacificarme conmigo misma y nadie me había dicho que tenía que conocerme a mí misma y observarme. El yoga me dio una perspectiva tan novedosa que me situaba en un terreno inexplorado y con una herramienta realmente poderosa para explorarlo. Fue una revelación.
    —¿Qué ha aportado su trabajo en la prisión al yoga, y viceversa?
    —Mi trabajo me ha dado mucha paciencia y me ha enseñado a aceptar las cosas que no me gustan, a dejar de juzgar. Si elaboras un juicio, sería difícil trabajar ahí. Lo bueno es poder estar dando lo mejor, aceptando lo que hay.  El yoga ha sembrado las semillas para que yo pueda experimentar eso. Digamos que es el laboratorio y la prisión, el trabajo de campo.
    —De hecho, ha trasladado el yoga a la cárcel.
    —Un día pensé: “Alguna vez me gustaría dar clases de yoga en la prisión”. Siembras un pensamiento y nunca sabes cuándo va a dar su fruto. Afortunadamente, en Jaén, la dirección de la prisión ha puesto todos los medios para que se pueda hacer de manera efectiva dentro de la Unidad Terapéutica y Educativa. Empecé con 10 internos y ahora tengo 38. Ha dado muy buen resultado.
    —¿Cómo acogen los internos las clases?
    —Hay personas que rápidamente se abren a lo desconocido y otras que te dicen que no quieren saber nada porque no lo conocen. Lo sorprendente es que los menos convencidos acaban completamente implicados porque empiezan a descubrir que su cuerpo, como me decía uno, “es más que huesos y pellejo”, y se sorprenden de sus posibilidades y de sus niveles de tensión. Empiezan a entender la relación entre la tensión, sus estados emocionales y sus pensamientos, y que pueden experimentar un estado de bienestar o de plenitud sin consumir drogas.
    —Cuando está con ellos, ¿se olvida del motivo por el que están en la cárcel?
    —Sí, completamente. Soy consciente de ello para saber qué posturas de yoga voy a trabajar con cada uno, pero cuando empiezo la clase no voy con esos prejuicios, si no, no podría entrar. Yo creo profundamente en la persona a través de una exploración personal. Soy el ejemplo vivo de que el ser humano tiene una capacidad de regeneración tremenda. Lo he vivido. He estado en ese extremo. Cuando me pongo delante de otro ser humano, sé que, aunque haya estado en el extremo de la locura, él puede caminar hacia el equilibrio, pero a mí no me corresponde hacer eso, sino darle una perspectiva como me la dieron a mí.
    —¿Qué le pasó?
    —Desde muy pequeña, me cuestionaba cosas que no se preguntaban en mi entorno. Comencé a sentirme aislada, rara, y, en la adolescencia, entré en una depresión. Desde los 14 a los 20 años, tuve ideas de suicidio y me iba construyendo una estructura de pensamiento para tener la fuerza suficiente para suicidarme. Era como vivir encerrada en una prisión con una mente que no paraba de pensar y sin encontrar una salida. Pensaba que la vida no tenía sentido hasta que me dijeron que me observara. Dejé de pelear con el mundo y conmigo misma y entendí que la lucha real en la vida es pacífica. Yo pensaba que los “malos” tenían que estar separados hasta que aprendí que hay que integrar aquello que no te agrada. Entonces, surgen las soluciones. La realización es una cuestión de comprensión y llega cuando observas los cambios que se han producido en ti mismo. Yo digo que mis padres me dieron la vida y el yoga me enseñó a aprender a vivirla. Eso me guía en mi trabajo en la prisión.
    —-¿Conoce algún caso de recuperación a través del yoga?
    —El más impactante que conozco es uno que vivió mi profesor de yoga, José María Vigar, que tuvo un alumno que perdió parte del tejido pulmonar y el trabajo con el yoga lo regeneró.
    —-¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?
    —Estar con mis amigos y reírnos, salir al campo, ir al cine con Juan Antonio [su novio], estar con la familia, cocinar con mi amigo Pedro.
    —El yoga corrige la postura corporal, ¿a quién le gustaría corregir su postura?
    —Voy por la calle queriendo corregir a muchos, pero me han venido a la cabeza dos nombres: uno es Zapatero, que tiene los hombros caídos, y Ana Obregón, que tiene una gran curvatura lumbar, una postura muy forzada.
    —-¿A quién metería en la cárcel?
    —Hay unas cuantas personas a las que les vendría muy bien. Pero al presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, por tener la indecencia de pagar ese dinero a una sola persona por un trabajo. Le haría estar en contacto con la gente más marginal. El fútbol es un deporte que valoro. Creo que los jugadores deben estar bien pagados, pero esa cantidad es un insulto, ese tipo de gestos nos dicen que estamos ante un fracaso cultural. No quiero que estuviese en la cárcel para condenarlo, sino para que reflexionara.
    —¿Cuida lo que come?
    —Sí. Miro todas las etiquetas de los productos. Adquiero pocas cosas elaboradas y todo lo que puedo ecológico. Llevo una dieta austera.
    —¿Cómo se ve de mayor?
    —Muy elástica, fuerte, sana y muy al servicio de los demás, de mi familia, de mi pareja.