MARÍA LUISA PERALBO ILLESCAS. "Un diabético que se controle puede ir a cualquier parte"
Ana Domínguez Maeso
María Luisa Peralbo Illescas es la mayor de dos hermanos, nació en Cardeña, provincia de Córdoba, en plena Sierra de los Pedroches. Allí vivió junto a su familia hasta los tres años.
María Luisa Peralbo Illescas es la mayor de dos hermanos, nació en Cardeña, provincia de Córdoba, en plena Sierra de los Pedroches. Allí vivió junto a su familia hasta los tres años.
—¿Cómo recuerda su infancia?
—Tengo una anécdota muy curiosa, que hace que recuerde la Plaza de Cardeña con cariño, pues en ella me hicieron la única fotografía de mi infancia. Fue tomada a traición, se me nota en la cara, con el ceño fruncido, pues de pequeña era enemiga de las fotos. A partir de los tres años nos trasladamos a vivir al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Mi padre era minero y trabajaba para la Junta de Energía Nuclear en las Minas de Uranio de Cardeña y lo destinaron allí. Vivíamos en lo que son las casas de hermandad y allí estuvimos otros dos años, hasta que cerraron la mina y colocaron a mi padre en el taller de la Nuclear de Andújar.
—¿Qué estudios realizó?
—Estudié el Bachillerato en Andújar y, luego, en Jaén, hice Magisterio. Actualmente, doy clases de Religión, en colegios de Torredonjimeno y Torredelcampo. En este último municipio resido con mi esposo y mis dos hijos.
—¿Cómo conoció el mundo de la Diabetes?
—Actualmente, soy la presidenta de la Asociación de Diabéticos de Jaén, pero mi primer contacto fue en 1989, cuando mi hijo de siete años debutó con una diabetes. A mí se me cayó el mundo encima, pero, gracias a las personas que encontré en la asociación, que me dieron su apoyo, ayuda y consuelo, pude salir hacia delante. Tuve la suerte de que en el Centro Maternal ya existía un equipo de profesionales que me enseñó a salir de la oscuridad que proporciona la ignorancia a la luz de la aceptación y el conocimiento de la enfermedad. Entonces no había un equipo de endocrinología, sino un pediatra que, junto a la educadora, nos atendían en la planta. No había ni consulta específica. Por eso, los padres de la asociación fueron, en mis inicios, trascendentales. En el Maternal te daban los conocimientos técnicos, pero el día a día era en la asociación, donde veías las experiencias de otros que, como tú, tenían un diabético en casa, o lo eran ellos mismos. Conocías cómo resolvían sus dudas y problemas y, sobre todo, te dabas cuenta de que “tu niño podría llegar a ser hermoso y grande” como el de aquellas familias que tanto te ayudaban. Ya no veías a tu hijo como a un enfermo. Siempre recordaré la primera vez que vi al hijo del antiguo presidente. Tenía 17 años y acababa de jugar un partido de fútbol y le pedía a su madre un plato de lentejas porque tenía muchísima hambre. No me lo podía creer, estaba hecho una prenda de guapo y alto. Mi hijo había perdido ocho kilos en apenas nada de tiempo, estaba blancuzco y canijo. En fin, que realmente vi la luz, pues yo solo pensaba entonces que mi hijo se moría. Y al ver a ese niño tan estupendo, reaccioné y pensé que el mío también saldría hacia delante, con su vida, sus estudios y, por supuesto, con su familia. La asociación me abrió el mundo otra vez. Comencé a participar de forma más activa cuando mis hijos fueron algo más mayores. Tenía que intentar dar información y ayuda a las familias que, como yo, se viesen envueltas en este mundo tan desconocido, la diabetes, que cambia por completo tu vida.
—¿Cuáles son los fines de la asociación?
—La principal misión es la de dar apoyo psicológico a las familias y servir de mediadores en la resolución de problemas. Dirigimos a las familias hacia donde puedan solucionárselos, como el endocrinólogo, la educadora de diabetes, el médico de cabecera, la enfermera o el psicólogo. Resumiendo, contamos nuestra experiencia y remitimos a los especialistas, que son los que valoran el tratamiento de la diabetes. El equipo de Endocrinología del Complejo Hospitalario de Jaén, tanto médicos como enfermeras educadoras, participa activamente en todas las actividades de la asociación y nos proporciona los protocolos y normas que hay que seguir en caso de urgencia. Tenemos que trabajar en una unión total, ya que los tiempos de recortes económicos que nos han tocado vivir no pueden mermar la atención al diabético. Me refiero al problema que tenemos con los recortes en el fungible —tiras reactivas y agujas—. La asociación está de acuerdo con el control, pero no con la restricción. El equipo de la asociación está en continua formación, realizamos cursos —mi lema es “un diabético educado es el mejor colaborador del equipo médico”—, pues si conoces lo que tienes entre manos, en la visita médica podrás dar más detalles, pero, sobre todo, sabrás lo que te pasa.
—¿Dónde se ubica la asociación?
—La sede social está en la Cruz Roja. Vamos dos días en semana, uno por la mañana y otro por la tarde. La enfermera educadora hace revisiones de dieta, peso, cuidado del pie y ofrece consejos a todos los pacientes que lo precisen.
—¿Tienen alguna subvención?
—Subsistimos con la cuota de los socios, de veinticinco euros al año por familia. Consideramos que cuando una diabetes aparece en un niño o en un adulto, normalmente la mujer/ la madre será quien lo cuide, pues, en la sociedad actual, es la mujer quien asume el rol de cuidador en el hogar. Además, al ser la alimentación un pilar básico en el tratamiento de la diabetes, la madre es la que suele asumir esta misión; por eso nuestras charlas se dirigen a la familia y por grupos de edades. Pedimos subvenciones para actuaciones puntuales, como puede ser el Día Mundial de la Diabetes, se monta una carpa, donde se da a conocer la enfermedad, además de realizar controles de glucosa a la población. Todo el personal que colabora en el acto lo hace altruistamente. El material lo aportan las casas comerciales y los centros hospitalarios colaboran favoreciendo el día libre a los profesionales participantes. Organizamos colonias para niños con diabetes que sí están subvencionadas por la Junta de Andalucía, mediante el Plan Integral de la Diabetes. Se trata de una de las herramientas educativas más importantes con las que contamos, ya que, al convivir con otros niños diabéticos y compartir experiencias sobre su vida y la enfermedad, aprenden a desenvolverse sin la protección familiar. Además, verifican que pueden llevar una vida normalizada, al comprobarlo en los monitores y las enfermeras, que también son diabéticos. Son niños, entre ocho y catorce años, que aprenden unos de otros en un intercambio de experiencias, maravillosas e inolvidables. Hemos ido de colonias por Andalucía y esperemos que este año podamos volver a repetir la experiencia que les enseña que un diabético bien educado y preparado puede ir a cualquier parte del mundo.
—¿Qué le pediría a los servicios sanitarios y a la población en general?
—Que se aumente el número de profesionales de esta especialidad, tanto médicos como enfermeras y educadoras, ya que más del quince por ciento de la población es diabética y la demanda cada vez es mayor. También nos gustaría contar con un hospital de día donde se puedan atender, en calidad, a todos los pacientes que lo precisen, bien por un debut, como por cualquier complicación o implantación de nuevos mecanismos de control de la enfermedad, como son las bombas de insulina, atención al pie diabético, entre otros. En general, pido a los diabéticos que se asocien. La unión hace la fuerza y cualquier tipo de ayuda es poca. Entre todos podríamos solventar problemas que, a veces, se ven como insolucionables. Por ejemplo, los inmigrantes que llegan sin conocer el idioma y resulta complicadísimo adaptarles el tratamiento, sobre todo por las diferentes culturas alimentarias.
—¿Tiene algún tiempo libre?
—Muy poco, pero el que tengo lo dedico a la lectura; leer es mi pasión, no puedo acostarme sin un ratillo de buen libro.