MARÍA LENDÍNEZ LENDÍNEZ. "Pienso que con esfuerzo se puede conseguir todo"

Toñi Arroyo
María Lendínez es conocida en la Residencia de la Tercera Edad Santa Teresa como una mujer amable, cariñosa y buena. Pero lo que más destaca, quizá, tras hablar con ella es el profundo respeto que le tiene a su profesión. A pesar de llevar en las mismas dependencias más de cuarenta años todavía se emociona al recordar sus comienzos como limpiadora. Tras años de trabajo consiguió el puesto de gobernanta en la institución, un cargo que desempeña desde 1988 en lo que ella llama “su segundo hogar”. Su vida familiar está compuesta por su marido y tres hijos, que le hacen las vida más agradable.

    15 jul 2012 / 09:25 H.

    —¿Sus orígenes se remontan a Valdepeñas. ¿Qué le llevó a trasladarse a la capital?
    —Bueno, soy de Valdepeñas, pero mis raíces fuertes son originarias del pantano del Quiebrajano, de Castañeda. Me crié allí hasta el día que entré a esta bendita casa, un 10 de agosto de 1972. La primera vez que visité este lugar estaba soltera y, a día de hoy, tengo tres hijos. Además, la primera motivación en mi vida siempre han sido mis abuelos —se refiere a los residentes—, los he tratado lo mejor que sé, y siempre que he podido los he ayudado a solucionar cualquier problema que se les presentara. Es una satisfacción poder contribuir de alguna manera a que ellos se sientan mejor. El hecho de trasladarme a la capital vino marcado por un familiar que trabajaba en Jaén y me ofreció la posibilidad de entrar a trabajar aquí directamente. La verdad es que tuve mucha suerte de poder formar parte de esta casa, y desde ese momento, también, fue mi lotería porque han sido unos años muy buenos aquí.
    —¿Han cambiado mucho las instalaciones desde su entrada en 1972?
    —Mucho. Todo ha evolucionado bastante en todos los sentidos. En primer lugar, hicieron una gran reforma física de lo que son las propias instalaciones. Y en segundo lugar, la asistencia. Cuando yo llegué era una residencia de válidos, en la que había muy pocas personas dependientes, al contrario que ahora, donde prácticamente la totalidad de los ingresados necesita alguna ayuda. Una cuestión que creo es muy acertada ya que las personas con problemas necesitan más apoyo que el resto. Entre otras cosas, también hay que destacar que se celebran muchas más fiestas y actividades para los mayores. Los entretienen al salir de excursión, en el salón de actos les ponen películas, etcétera. Te puedes hacer una idea, un cambio completo, después de cuarenta años.
    —¿Cómo llegó a ser gobernanta?
    —Yo entré aquí como limpiadora cuando todavía estaban las monjas. Tras la marcha de estas, hubo una remodelación completa y pusieron a disposición del personal que nos entrábamos aquí trabajando el puesto de gobernanta. Me presenté al cargo y, entre las compañeras, hicimos una especie de votación donde salí elegida. Eso fue en el año 1988 y hasta el día de hoy. Después de eso intenté sacarme el Graduado Escolar en la Escuela de Adultos Santo Tomás ajustando mis horarios a mi actividad en la residencia y, cuando aprobé, me propuse sacarme el carné de conducir y también lo conseguí. Yo siempre he pensado que con esfuerzo se puede conseguir todo.
    —¿A qué se dedica una gobernanta?
    —Pues la gobernanta gobierna todo y  nada. Tengo muchas funciones. Me dedico a la entrega de uniformes y calzado a los empleados. Organizo turnos de centralita, costureros y peluquería. Las cosas de mantenimiento las he llevado también durante un tiempo, aunque, ahora, esa función la realiza mi compañero. También coordino la ropa de costurero y lavadero, el marcado de esta, recibo a los nuevos ingresos y tomo nota de todo lo que traen, entre otras cosas. Un tiempo me encargué, además, de los turnos de pinche de cocina. Y, otras veces, coordino temas como fiestas, actividades de celebraciones y cosas de organización.
    — ¿Es gratificante el trabajo con personas de avanzada edad?
    —Muy bonito. Para mí es muy satisfactorio. Te vas a tu casa muy reconfortada. En alguna ocasión se ha perdido alguna prenda de ropa y los abuelos vienen en mi ayuda. Entonces, intento solucionar el problema y cuando se la entregas ponen una cara de felicidad que no se paga con nada. Ellos son como niños y hay que saber cómo se les habla. Luego, otros no están bien y hay que saber reconocer las situaciones. Las rosas son muy bonitas, pero tienen unas espinas que como te descuides te pinchan. Tampoco es que sea todo de color de rosa, pero en general es un trabajo gratificante.
    —¿Qué le queda por hacer a día de hoy?
    —Pues ya, la verdad, tengo ganas de poderme prejubilar. Son muchos años los que llevo al pie de cañón y necesito estar con mi marido y disfrutar de mis hijos. No es por el trabajo, pero cuando llevas muchos años desempeñando una misma función te cansas de hacer siempre lo mismo.
    —¿Cómo lo hace para conciliar su vida laboral y la familiar?
    —Muy bien. Lo primero es que tengo un marido con el que me compagino muy bien. Por suerte, hemos estado trabajando aquí los dos y siempre hemos intentado que nuestros hijos estén con alguno de nosotros. Gracias a las compañeras, cambiábamos los turnos para evitar que los niños tuvieran que ir a la guardería. Mi esposo siempre estaba de noche o de tarde y yo, por la mañana. La unión es fundamental y nosotros siempre lo hemos llevado muy bien. Hasta el punto de que a mi suegro y a mi madre los hemos cuidado en casa cuando ya eran mayores sin necesidad de llevarlos a ningún centro ni nada.
    —¿Sus hijos han seguido los  pasos de sus padres en la profesión?
    —Mi hijo mayor empezó a estudiar y a los dos años dejó la carrera para trabajar como electricista. La mediana estudió Informática en Málaga, y la menor acaba de terminar Bachillerato y está a punto de decidir qué quiere estudiar. Así que ninguno ha seguido nuestros pasos en la rama sanitaria.
    —¿Recuerda con especial cariño a algún residente en concreto?
    —Abuelos me han marcado muchos. Cada uno tiene una forma de ser diferente y siempre se le toma mucho cariño por una cosa o por otra. Recuerdo que cuando era joven me ponía a cantar y eso le gustaba muchos a los internos. Había veces, incluso, en las que ellos se animaban y cantaban cuatro coplas o piropos.
    —Llegan ahora las vacaciones, ¿qué planes tiene para pasar el verano?
    —Pues llevo tres años sin ver el mar debido a que le dio un infarto a mi marido y no hemos salido mucho. Pero este año me gustaría que mi esposo me hiciera ese regalo. El resto del tiempo lo pasaré en el campo, en mi pantano, porque aquello me da la vida. Las tres cosas que considero más importantes en mi vida son: mi pantano, mi hogar y la residencia Santa Teresa.