MARÍA JESÚS PESTAÑA GUTIÉRREZ.- "Su cara me decía que me iba a matar seguro"
MARIAM LÓPEZ RUIZ
Dijo Clara Campoamor: “He acusado las injusticias porque no quiero que mi silencio las absuelva”, y María Jesús, siguiendo su ejemplo, nos cuenta su verdad, la dureza de una vida de malos tratos. Con una valentía admirable, nos presenta la crueldad de la violencia hacia la mujer, para que quienes la sufran salgan de ella porque hay un después. Solo cuenta con 30 años y un alma curtida y fuerte que lucha por sus cinco hijos. No tiene trabajo, pero es una gran trabajadora, persona, madre y mujer, por ello animo a que le den un “trabajillo”. Les conmoverá su historia que no cabe en estos renglones, y desde aquí mi cariño más sincero.

Dijo Clara Campoamor: “He acusado las injusticias porque no quiero que mi silencio las absuelva”, y María Jesús, siguiendo su ejemplo, nos cuenta su verdad, la dureza de una vida de malos tratos. Con una valentía admirable, nos presenta la crueldad de la violencia hacia la mujer, para que quienes la sufran salgan de ella porque hay un después. Solo cuenta con 30 años y un alma curtida y fuerte que lucha por sus cinco hijos. No tiene trabajo, pero es una gran trabajadora, persona, madre y mujer, por ello animo a que le den un “trabajillo”. Les conmoverá su historia que no cabe en estos renglones, y desde aquí mi cariño más sincero.
—María Jesús, cuéntenos como comienza su vida de malos tratos.
—Bueno, conocí al que fue mi marido cuando atravesaba uno de los peores momentos de mi vida, tras perder a mi madre, que no soportó la situación de malos tratos que sufría y se quitó la vida. Era extranjero y ambos estábamos sin nuestra madre cerca, y eso nos fue uniendo. Las agresiones llegaron pronto, pero nunca reconocí lo que me estaba pasando. Consiguió que me echaran de todos los trabajos que me salían porque desconfiaba de mí y creía que le era infiel con todos mis compañeros, y la violencia iba incrementándose. Se marchó a trabajar a Zaragoza y sentí alivio porque creí que ya podría vivir sin él, pero mi dependencia emocional era ya tan grande que lo seguí, y allí sí consiguió aislarme de todo; ni familia, ni amigos. Trabajé de sol a sol y él no admitía que, como mujer, ganara más que él y llegó la primera gran paliza, que ha sido la constante en mi vida a su lado durante siete años. Los hijos me ataron más a él. Regresamos a Jaén tras vivir en Marruecos, donde ya sí que como mujer estaba anulada completamente, pero saqué el coraje de pedirle volver porque no quería aquel tipo de vida para mis hijos. Y aquí la situación fue a peor con agresiones que casi me cuestan la vida.
—¿Cuándo sufre la primera agresión y cuál recuerda como la más violenta?
—La primera llega tan solo un mes después de vivir con él, a raíz de que un policía le llamó al orden porque iba borracho, y yo le dije que ya me lo llevaba a casa y al llegar me dio un guantazo que me tiró al suelo. Las agresiones más violentas fueron dos: la primera viviendo en Zaragoza, él vino a recogerme al trabajo, porque siempre controlaba con quién me relacionaba, y al llegar a casa comenzó a insultarme, y a darme puñetazos por todo el cuerpo, caí al suelo y comenzó a darme patadas en la cabeza y en la barriga. Se fue de casa, y me quedé en el suelo sin poder moverme, arrastrándome llegué hasta el baño y noté que sangraba y era un aborto a causa de la paliza. Él se negó a llevarme al médico, pero empecé a perder la visión de un ojo y, tras tres semanas, cuando ya no se me notaban los hematomas de la cara, accedió a llevarme, pero siempre acompañada por él para que no contara lo realmente ocurrido. La segunda agresión casi me cuesta la vida a mí y al hijo que esperaba, con cinco meses de embarazo. En esta ocasión, llegó tarde y bebido, yo le pregunté dónde había estado y, sin esperármelo, dio un puñetazo tan fuerte que sentí como si toda mi cara crujiera. Ni sabía qué me había hecho por el intenso dolor, pero la sangre me salía a borbotones, sin poder detenerla con nada. Mis hijos lloraban al ver el piso lleno de sangre y cómo estaba yo. Me había partido el tabique nasal y arrancado dos dientes, yo le rogaba que me llevara al médico porque me iba a desangrar y porque estaba embarazada, y él se negaba creyendo que lo iba a denunciar, por lo que yo juraba entre sangre y lágrimas que no lo haría. Finalmente, me llevó, en el Hospital donde yo decía que me había caído por las escaleras, y nunca olvidaré que al cabo de horas de atención médica, un médico me puso un espejo delante y me dijo: “Mírate al espejo para que veas lo que te ha hecho”. Cuando me vi en él, se me cayó el alma encima porque estaba completamente desfigurada y recordé que él siempre me amenazaba diciendo: “Te destrozaré la cara para que nadie te quiera. Lo había cumplido.”
—¿Por qué después de cada agresión usted siguió a su lado?
—Es complejo. Las agresiones al principio eran muy distantes y me hacían pensar que él pasaba un mal momento y yo no lo supe apoyar. Luego crece la frecuencia y la violencia, pero tras la agresión se volvía el mejor marido del mundo, me mimaba, era cariñoso, me hacía sentir una reina y eso me hacía creer que iba a cambiar, pero no cambió. Luego está la dependencia emocional hacia él porque eres su marioneta, vives según sus reglas, todo gira en torno a él, y te hace llegar a creer que no eres nada sin él, y vivía sin personalidad, salía a la calle con la cabeza agachada porque me sentía inferior, no me sentía persona. Cuando llegaron los hijos, no lo dejas porque quieres un padre para ellos y sientes miedo de criarlos sola, a depender económicamente de él para que subsistan tus hijos, porque a mí hacía que me echaran de los trabajos, y también por su amenaza continua de llevárselos a Marruecos y que nunca los vería más.
—¿En alguna ocasión usted llegó a abandonar al que fuera su marido?
—Sí, pero por las razones que antes le he dicho volví con él, o él me presionó a volver. Incluso habiendo sido condenado la primera vez, y existiendo una orden de alejamiento, yo acepté que volviera por temor, porque yo estaba más segura teniéndolo en casa y sabiendo dónde se encontraba, que con un alejamiento de 200 metros y sin saber por dónde podía aparecer y matarme, porque esta primera vez no le pusieron pulsera, ni a mí policía de protección.
—¿Qué le hizo tomar la decisión de denunciarlo finalmente?
—Eran fechas navideñas y me quedé a tomar una copa de Navidad con mis compañeros a mediodía. Después fui a recoger mis notas porque me estaba sacando la ESO, a pesar de su disconformidad. Él estaba avisado de antemano por temor. Cuando llegué, comenzó con los insultos y puñetazos en la cabeza, y mis hijos se pusieron entre nosotros llorando y pidiéndole que no me pegara. Él salió de casa y me escupió en la cara antes de salir y me dijo: “Esta noche te mato”. Entonces sentí miedo de verdad porque no estaba bebido como en otras agresiones, y su cara me decía que me iba a matar seguro, por lo que presa del pánico por mi vida y por mis hijos llamé a la Policía y desde entonces vivo sin malos tratos.
—¿Qué consejo daría a otras mujeres en situación de maltrato?
—Que denuncien, que es difícil, pero que deben salir de esa situación por ellas y por sus hijos, que no deben crecer en el horror de la violencia, y que van a encontrar todo el apoyo policial, de asistencia letrada y judicial a su lado. Yo tengo un ángel de la guardia, mi policía de protección, que está pendiente de mi seguridad, y desde aquí mi agradecimiento.